Cada vez estamos más conectados con más gente de todo el mundo y, al mismo tiempo, más solos.
Internet es una maldición y una bendición: creemos que nos acerca a los demás cuando, en realidad, nos aísla.
Con tanta información que nos atonta y merma nuestra capacidad de raciocinio nos volvemos binarios y malgastamos las horas haciendo click, dando a me gusta, regalando RTs. Y no me malinterpretéis: yo soy una adicta más. Me fascina lo rápido que se puede viajar cuando no se tiene dinero tan sólo escribiendo "Central Park" en el buscador google imágenes. Aprendo cosas cada día, actualizo mis conocimientos, me entero de todo. Sigo a periódicos digitales en Twitter, a las páginas de facebook de mis series estrella y a varios profesionales de diversos sectores de la actualidad que se ocupan de no hacerme parecer estúpida en los debates con amigos. Uso internet para mantener el contacto con amigos lejanos, al menos esa es la excusa oficial. Discuto por Twitter, me quejo y me indigno en 140 caracteres como los demás.
Pero cada vez estamos más solos, somos más intransigentes y nos cuesta más conectar de verdad, cara a cara, allí donde no tenemos botón de bloquear ni de mutear ni podemos cancelar compatibilidad cuando alguien nos cae mal. Tampoco podemos demostrar que estamos escuchando a la otra persona con un simple like, ni la vida dispone de notificaciones sonoras o vibración cuando nos estamos perdiendo un evento importante.
La vida está ahí, nos rodea, nos entibia la piel mientras nosotros nos hacemos selfies de espaldas al atardecer. Nos intenta llamar a voces mientras nuestro cuerpo nos avisa de que algo no funciona; a veces nos duele la cabeza, se nos enrojecen los ojos, nos volvemos un poco más taciturnos. Dejamos de ver. Miramos las cosas pero no las vemos a menos que sea a través de una pantalla. Ya no sabemos disfrutar del sabor de la comida si no la compartimos por Instagram. El animal social deja de serlo.
Quedamos con alguien especial y sacamos el móvil cada tres minutos. Las conversaciones ya no importan, las miradas ya no cuentan, las sonrisas ya no valen nada si no forman parte de una perfecta pose. Ya nadie es especial. Ya no escuchamos voces, sino tweets.
Yo cada vez me siento más extraña en este círculo vicioso del que cuesta mucho salir. Y ahí estoy, enmedio de los pitidos del whatsapp, del "hablamos por skype", de los super likes o los bloquear de Tinder. De esa mecánica en la que lo primero que miro cada mañana sea mi teléfono móvil (y lo último antes de acostarme), de los mails que me avisan de que tengo nuevos comentarios en el blog, de las aplicaciones que se supone que me hacen la vida más sencilla.
Echando de menos, sin embargo, el roce de una piel, las cosquillas en el estómago, las sonrisas cómplices. El detener el ritmo frenético de esta sociedad que nos impulsa a no vivir durante unos minutos y contemplar de verdad lo bonito que me rodea. Extrañando las voces de la gente que quiero y que veo poco, su olor. Añorando aquellos grandes momentos que se han grabado a fuego en mi memoria en los que, curiosamente, no había un whatsapp de por medio.
Preguntándome si todo esto de la Era de la Comunicación evolucionará más y más hasta hacerse imparable o si algún día volveremos a comunicarnos de nuevo.
Que lo mismo sueno muy anticuada para tener 35 años, pero creo que mi corazón es arcaico y no acepta la última versión del FlashPlayer.
Para las personas excesivamente tímidas (como yo, sin ir más lejos), las redes sociales fueron un gran avance (hasta el punto de inventarnos una cuando éstas no existían, ¿recuerdas?). Estar escondido tras la pantalla permite ser un poquito más atrevido, y enredarnos en amistades nuevas que en el mundo real no habrían podido ser por tener la cabeza metida bajo tierra. Pero también es un peligro, porque se corre el riesgo de pensar que todo esto es suficiente, cuando no lo es. Y el no necesitar salir de la zona segura, hace que no cojamos riesgos. Y sin arriesgarse no hay vida, muñeca.
ResponderEliminarEso sí, cuando salgo, evito por todos los medios usar el movil. Para una vez que tengo a alguien delante...
Ciao!
Es una bendición y una maldición, como digo. Hay que darle un uso responsable, y ahí está la dificultad. :)
EliminarCada cosa a su tiempo y en su medida. Hay que saber desconectar y disfrutar. Son tiempos donde es fácil confundir un like o un corazón por guasap con un te quiero de verdád dicho a la cara o escrito con todas las letras.
ResponderEliminarEstos tiempos modernos son maravillosos. Conoces personas que de otra forma sería impensable, amigos o incluso más. Pero hay que saber poner el móvil en modo avión o en silencio. Hay que saber guardarlo cuando estás en la mesa con ese alguien especial o incluso con un grupo de amigos. Todo puede esperar cuando estás viviendo.
Yo creo haber encontrado ese equilibrio. Hay que aprovechar todo lo bueno que nos da pero sin dejar que nos fagocite.
Disfrutemos los dos mundos
Internet tiene cosas maravillosas, sí. Gracias a él yo he conocido a grandes personas que a día de hoy ya considero amigos de verdad, por ejemplo. He llenado muchos ratos de aburrimiento, he continuado escribiendo, etc etc etc.
EliminarPero tienes razón: el equilibrio es necesario, porque si no te asfixias aquí. Creo que cuando te pasas, te atontas. Y me da un poco de miedo, porque los jóvenes están como abducidos xD
Disfrutemos :)
Yo cada noche, cuando la niña ya duerme y hemos acabado la jornada, me pillo al churrings y nos vamos al balcón (obligatorio dejar el móvil dentro de casa, el día que nos quedemos encerraos nos vamos a reír la vida) y nos tomamos una caña charlando. Nos contamos qué tal el día, qué tal estamos, hablamos de planes, de gente, de historias, de política, de tonterías, de lo que sea, pero hablamos. Y nos dedicamos ese tiempo porque es absolutamente necesario. Es mi momento más prefe del día, junto con el de llegar a casa y coger a Be en brazos y que se ría. Con ella también dejo el móvil de lado, lo guardo en un cajón cuando juego con ella. Y soy más feliz.
ResponderEliminarTuiter, feisbuc, instagram, clash of clans, mails, apalabrados... me lo paso bien porque os leo y se de vosotras y eso siempre es bien pero estoy muy contenta de poder dejarlo todo de lado y dedicarle tiempo de verdad a mis dos seres más favoritos del mundo.
En fin, andamos enganchaos, sí. Una pena.
Búscate tu tiempo, tu gente y propón media hora sin móviles. Media hora sin informar al resto de qué haces. Verás qué guay. :)
Mencanta tu ratito balconero :) Yo hago lo mismo todas las noches, aunque me salgo con Nico xD
EliminarDe vez en cuando hay que desconectar, sí. La pena es que haya gente que no se dé cuen.
No tía, la pena es que estemos TAN LEJOS. MecagonDiocito. Pos anda que no te tendría de artista invitada en mis charlas de balcón, ahí, con el tinto de verano, la tapica de tortillapapas y nuestra facilidad para solucionarlo todo desde una silla de terraza.
EliminarAin.
En casa el móvil se queda fuera de las comidas y del dormitorio. Es que ni se plantea, son pocos los ratos para los dos solos y eso, pues son para los dos solos.
ResponderEliminarSorprendentemente, la gente de mi 1.0 está más apegada al móvil que la del 2.0. Salvo yo, que soy muy agonías con todo siempre.
Tampoco considero que esté menos conectada que nunca, lo malo es que me ha hecho ver lo fácil que es conectar, y que el que no conecta a estas alturas es porque no quiere.