31 octubre 2015

This is Jalogüín 2015: especial cortos de suhto

Gabri, mi estudiante particular, me ha animado a que atualice hoy el blog con los mejores cortos de terror que he visto este año yo, que soy una amante del canguelo y de ver películas con media cara tapada. Y oye, como estamos en Jalogüín y pega, pues vamos allá.

Las culpas a él, ojo.







26 octubre 2015

Yo soy una chica con suerte...


Hoy podría venir a contaros mis penas. 
Podría mostrarme vulnerable y miserable y decir que me han dejado. Que he vivido una mentira. Que he tenido que volver a casa de mis padres (otra vez) y que cada año que pasa las rupturas son más tristes pero menos dolorosas, porque van haciendo callo.

Que os veo con vuestras relaciones perfectas en facebook, vuestras familias, vuestros viajes románticos a París, vuestras bodas, vuestros retoños, y que a veces me pregunto por qué conmigo nunca funciona nada de eso. Bueno, lo de los retoños da igual. :P

Podría dar material vario a los trolls y a los envidiosos que me leen  en la sombra para ponerme verde y burlarse de mí una vez más. 

Pero no vengo para eso. Porque a pesar de que todo lo anterior sea cierto, luego vengo aquí y os leo y se me pasa y se me escurre un sonrisón otra vez. 

Yo soy una tía con suerte. Tiene que ser buena suerte, sí, porque de toda la gente mala que hay por ahí, todos los psicópatas y los resentidos y los Grinch Sabelotodo de internet, yo he ido a toparme con  lo mejor de lo mejor. Llevo ya alrededor de 15 años conectándome a la red de redes y hasta el día de hoy eso me ha causado más alegrías que penas. Vale que alguna vez saliese algún imbécil a darme la tarde, pero os prometo que no fue nada importante y que al final lo que ha calado es el sentimiento de que, de alguna manera mágica y extraña, internet me ha hecho estar menos sola.

No es ningún espejismo, como dirán ahora los entendidos. No me aíslo de mi realidad cuando entro a Twitter a leer lo que escribís. No es tóxico para mí chatear con vosotros por Facebook. No me hacen ningún mal nuestras risas por Skype. Internet suma en mi vida, no resta. 
Que los abrazos virtuales también me calman. Que habrá mucho falso por ahí, pero sé que la mayoría de vuestros mensajes de ánimo son sinceros. Que los combos fav+RT me hacen sonreír. Que os siento conmigo. 

A todos los que estos días se han preocupado por mí en las redes sociales, (amigos, conocidos y desconocidos) muchas gracias. Bich, Lola, Fiebre, Bertis, Fle, Paula, Pe, Sil, Gordi, Janton, Ro, Eva, Yoyo, Omar, Bea, Antonio, Marta, Mara, etc etc y mil etc más -seguro que ya sabéis quienes sois-. Estoy chachins, de verdad. Y estaré mejor todavía cuando encuentre un curro que me permita ahorrar para viajar y poder ir a tomarme un gintonic con todos vosotros. 
Que nos vamos mereciendo una juerga.




Y ahora a bailar una poquita, a ver si me inspiro para empezar un ciclo de posts alegres y pavos como los de antaño.


15 octubre 2015

La loca llorona

Harta, me tenéis. Harta.


Harta de que a las personas sensibles nos llamen histéricas. De que, cuando lloramos, se rían o le quiten importancia porque "siempre estamos igual". Que ignoren nuestras emociones tan sólo porque no las compartan.


Harta de que haya que ser frío y rancio para que te consideren "normal". De que en este mundo de mierda parezca que todo te tenga que resbalar y que ser fuerte sea sinónimo de ser cruel.  

Harta de que por mostrar mis emociones a los demás y alterarme cuando algo me duele se me tache de loca. Harta de que se burlen, me menosprecien, se crean superiores tan sólo por no sentir y pasar de todo. Cierro los ojos y no está ahí. 

Estoy harta porque yo no soy débil, ni estoy loca, ni soy una histérica. Yo soy una mujer fuerte que llora a menudo; que llora mientras lucha, mientras defiende sus ideas, mientras se explica con el corazón en la mano. Lloro cuando me emociono, cuando me frustro, cuando me pongo triste, cuando algo me llena de felicidad. Lloro porque estoy viva y me siento viva cuando lloro. 

Lloro cuando tengo frente a mí a alguien frío cual muro, incapaz de comprenderme o, al menos, darme un abrazo. Un abrazo es lo único que separa a esta loca llorona de una mujer normal. Un maldito abrazo. El problema no es mío, sabes. 

Pero tú sigues burlándote a pesar de saberlo... porque quizá tú también estés un poco zumbado aunque tu locura no sea la de llorar, sino la de evidenciar que eres incapaz de hacerlo.



05 octubre 2015

Donma y Fernando.

Hoy, 5 de octubre, es el Día del Profesor en España. Hace dos años que yo me convertí en docente, y por eso este día ha pasado a ser "especial" para mí.

Yo siempre fui buena alumna. De verdad, eh, no es por echarme flores. En el colegio siempre hacía los deberes, me sentaba en las primeras filas, escuchaba al profesor y participaba en todo lo participable. No era repipi ni empollona, de hecho yo siempre fui de sacar notables, no sobresalientes; lo justo para quedar bien pero seguir teniendo tiempo para jugar a los videojuegos :P

Como os decía, yo era buena alumna. Y aunque a la mayoría de mis compañeros les diese igual lo que el profesor nos venía a contar y llegaran a clase cual lechones al matadero, yo me sentaba expectante ante cada nueva lección, emocionada, como si fuese Hermione y estuviese ante una clase de brujería de Hogwarts. 
Quizá por eso recuerde muy bien a mis maestros, a cada uno de ellos. No sólo lo que nos enseñaban, sino también sus personalidades, sus peculiaridades, su forma de darnos los buenos días. Las muestras de cariño, las mil formas de fruncirnos el ceño cuando nos poníamos farrucos, las bromas, las anécdotas. 
Sobre todo recuerdo con especial cariño a dos de ellos: Don Manuel y Fernando.


Don Manuel fue mi profesor de Lengua y Literatura en Primero de BUP. Era un señor mayor, muy diferente a las "señoritas" y las monjas que nos habían impartido clase hasta entonces. 
Don Manuel olía a puro y a Varón Dandy y a veces llevaba sombrero, como los señores de verdad. Nadie se cuestionó jamás el por qué de llamarle de Don como si fuese algo natural, y él a su vez nos llamaba también de Don y de Doña y se refería a nosotros con un respeto infinito, a pesar de nuestra insolencia adolescente. 
Odiaba los libros de texto y utilizaba el del colegio lo menos posible, lo justo como para que las monjas no le dijeran nada. En su lugar prefería hacernos escribir y pensar, imaginar, inventar mil historias y crear nuestros propios textos sobre los que hacer comentarios. Con Don Manuel, mi Donma, tuvimos que ir a charlar con un árbol en otoño y después transcribir toda la conversación, sentarnos a la orilla del mar y tratar de describir las sensaciones que nos producían las olas y la brisa marina, imaginar una vida utópica en las montañas y escribir poemas modernos no-cursis a los brotes primaverales. No sé si en mis compañeros produjo la misma impresión que en mí, pero os puedo asegurar que Donma me caló hondo y me hizo pillarle el gustillo a esto de leer y escribir. Era poco ortodoxo y me sorprendía, conseguía motivarme y me forzaba de manera natural a querer superarme día a día. Cada falta ortográfica que conseguía superar era una fiesta para él, y gracias a su peculiar entusiasmo hacia la Lengua Española aprendí a reconocer la belleza de la sinalefa, de la sinestesia o del punto y coma. 
Cuando murió Don Manuel, una parte de mí murió con él. Creo que nadie me sonreirá de la misma forma con la que él me sonreía cuando le leía un texto nuevo cada lunes, como si fuese mi único cómplice en este mundo que no entiende del todo al poeta.  Fue mi maestro y no sólo de Lengua, y me hubiese gustado mucho haber tenido la oportunidad de decírselo cuando crecí. 



Fernando también fue mi profesor de Literatura un par de años después. Sin duda ha sido el profesor más tarado que he tenido: treinta y pocos años, canijo, informal, nervioso y con menos solemnidad que un pulpo. Entró en clase el primer día gritando algo así como "QUE NADIE SE META CON DON BENITO PEREZ GALDÓS", y se fue entre llantos y abrazos a final de curso. Nadie sabe cómo se sacó la plaza de profesor en un colegio religioso y estricto como el mío, (de hecho creo que no duró muchos más años allí) pero sea como sea yo fui muy afortunada de tenerle en mis clases porque convertía cada lección en una aventura. 
Fernando fue algo así como el profe-colega, pero de los buenos. Colega, no coleguilla. Le respetábamos porque sospechábamos que estaba zumbado de verdad y vete a saber por dónde nos salía si conseguíamos enfadarle en serio... 
Era creativo y divertido: siempre encontraba la forma de hacer atractivo cualquier libro, cualquier biografía, cualquier texto. Nos hablaba de la vida de Cervantes como si fuese su primo el del pueblo, y de su adorado Don Benito nos hizo aprendernos obra y milagros porque decía que nunca seríamos personas de bien sin conocerle a fondo. 
Fernando era un loco sabio porque sabía meternos en el bolsillo. Y a todos, eh, no sólo a los buenos estudiantes. Con tres bromas y cuatro cartones va y se monta un tablero de Trivial, se saca del sobaco unas tarjetas con preguntas sobre el Quijote y nos pone a todos a leernos las aventuras y desventuras del ilustre hidalgo como imbéciles ilusionados por el juego. Nos guiña un ojo, saca una chistera de una bolsa y, haciendo aspavientos y creando drama, nos anuncia que los viernes serían a partir de ahora los viernes de la Caja de Pandora, que no era más que una vil manera de preguntar la lección metiendo papelitos con nuestro nombre en la chistera y sacándolos uno a uno.

Él no nos llevaba a dar la clase fuera, nos llevaba al Parnaso. Y no nos preguntaba la lección poniéndonos en fila en la pizarra: nos condenaba al Paredón de Fusilamiento.



Ahora soy yo la profesora y a veces me sorprendo de manera inconsciente imitando a mis dos maestros favoritos. Animo a mis estudiantes a escribir sobre emociones y sentimientos, me pongo en rollo drama-queen para hablar del subjuntivo como si fuese nuestro mejor amigo y llevo a mis estudiantes al Parnaso a leer cuando hace sol. Me gustaría ser capaz de inculcar la misma ilusión por la Lengua a mis estudiantes, y aunque me veo mucho más torpe e ignorante me gusta pensar que algún día alguno de ellos me recordará con el mismo cariño -aunque sea con la mitad- con el que yo recuerdo a Donma o a Fernando.

Nunca os olvidéis de vuestros profes; sois un pedacito de ellos, también.