18 marzo 2013

Aparatos fantasma

Cuando yo tenía 11 años me pusieron ortodoncia, uno de esos aparatos llenos de hierros punzantes y traicioneros que inundaban mi boca y me provocaban pesadillas cada dos jueves, cuando el dentista me los apretaba "sólo un poquito más".

Lo que en principio iba a ser sólo un año y medio de sufrimiento se acabó convirtiendo en cuatro, pero le eché toda la paciencia que me era posible y al final ya me había yo acostumbrado a mis aparatos y los había asimilado como parte de mí. Ponérmelos y quitármelos para comer, limpiarlos por las mañanas, ir a las revisiones quincenales de los jueves, etc, formaban ya parte de mi rutina diaria  e incluso llegué a acostumbrarme a esa nueva imagen pseudo-robótica de mi sonrisa en el espejo. 

Pues bien, cuando me quitaron la ortodoncia algunos años después, yo estaba eufórica y me presenté en clase con un sonrisón del tamaño de Cuenca (¡atención, alienses!) y ganas de comerme el mundo. Me veía más guapa que nunca, los demás fliparon con lo bonitos que me habían quedado los dientes y llegué a olvidarme del dolor de los jueves para siempre.

Pero sucedió algo que no me esperaba. Cada noche, cuando me ponía el pijama y me metía en la cama para dormir, me sentía inquieta, extraña, nerviosa. Tenía esa sensación de cuando te olvidas algo y no sabes qué, así que me ponía a repasar durante un buen rato a ver qué me olvidaba hasta que movía mi lengua a lo largo del paladar superior para rozarme con los hierros de la ortodoncia, igual que había hecho siempre que estaba nerviosa. Ese gesto me había acompañado durante media adolescencia y ahora ahí estaba mi lengua, inocente, buscando algo que ya no existía. Eso era lo que me olvidaba: ponerme la ortodoncia para dormir.
Pasaron varios meses hasta que me hube acostumbrado a no llevar aparatos en los que me costaba horrores dormirme sin ellos empujándome los dientes poco a poco. Es curioso cómo nos acostumbramos al dolor de esa forma, y lo asimilamos tan bien a nuestro mundo cotidiano que cuando ya no está casi nos entristecemos y lo echamos en falta.

Ayer me acordé de esta anécdota mientras te miraba y te escuchaba decir tonterías acerca de marcas en la cara, de mentones raros y demás chorreces. Tú sigues empeñado en aquello que te hacía daño en tu adolescencia, sigues creando en tu mente una ortodoncia invisible porque sin ella sigues sintiendo que te falta algo.
Pero yo sólo veo un cisne, y te lo repetiré todas las veces que sea necesario hasta que tú también puedas dormir a pierna suelta sin aparatos.



 

11 marzo 2013

CUENCA NO EXISTE

Todo comenzó hace ya 6 años, cuando yo trabajaba en la Oficina de Turismo de Málaga. Desde allí teníamos acceso a una buena cantidad de información turística no sólo de mi ciudad, sino también del resto de ciudades españolas. Salvo de una: Cuenca. Por algún extraño motivo, entre todo el montón de folletos turísticos que inundaba nuestro sótano no había ni uno sólo que hablase del municipio castellano y, como yo soy muy pava (no sé si os habéis dado cuenta ya), una noche de borrachera juerga con los compañeros de trabajo llegué a la conclusión de que Cuenca no existe. Mis compañeros se descojonaron sobremanera, y se unieron a mi broma aportando más credibilidad a la teoría: ¿qué sabemos de Cuenca? Que está en tierras de Castilla, que hay unas casas colgadas, Y YA ESTÁ. ¿Acaso teníamos algún amigo que haya estado allí? ¿Ha salido alguna vez algún altercado en Cuenca en los informativos? ¡Allí nunca pasa nada! Y, lo más desconcertante de todo: cuando alguien entraba en la Oficina de Turismo a pedir información, nos obligaban a hacer una encuesta para saber de dónde proceden los turistas... y a nuestra oficina llegaban turistas de todas partes menos de Cuenca.

Soltar aquella bomba fue como una revelación. Desde aquel momento comenzaron a sucederse fenómenos desconcertantes en la oficina, como por ejemplo extraños señores trajeados y con gafas de sol que querían que SÓLO les atendiese yo, y que me hacían preguntas estúpidas. "Me están vigilando", pensé yo. "Saben que lo sé, y ahora quieren controlar que no les descubra". Cuando salía de trabajar y me encaminaba al autobús, veía a los Hombres de Negro por todas partes y mi paranoia aumentó. Así fue como mi teoría evolucionó naturalmente: Cuenca es el Área 51 español. Es una zona controlada por el Gobierno, que por algún motivo nos miente y quiere hacernos creer que allí hay una ciudad preciosa para ocultar sus verdaderas actividades en la zona. Pero aquello no es más que una ciudad fantasma hecha de cartón piedra, como la del Desierto de Taberna.
Mis compañeros no aceptaron esta nueva teoría con tanta facilidad, por lo que tuve que reforzar mi sentencia con hechos: un día en el que había poco trabajo me hice con el directorio de teléfonos de todas las Oficinas de Turismo españolas y me dispuse a llamar, una por una, a todas las conquenses. 
Y sucedió. Para sorpresa de todos, (incluida la mía, para qué os voy a engañar) no me cogían el teléfono en ninguna. EN NINGUNA. Ahí lo tenía: mi prueba. Todo lo que nos mostraban en folletos, en la tele, en revistas (por aquel entonces la Wikipedia no furulaba tan bien) era mentira, una fachada, una tapadera. Lo que ELLOS querían que supiéramos y aceptáramos como cierto. Pero no había tales Oficinas de Turismo allí. No había nadie para responder al teléf...

       -Oficina de Turismo de Cuenca, ¿en qué puedo ayudarle?

Ay. Justo en el último número que marqué, y cuando ya estaba a punto de acabar la lista de teléfonos, una amable señorita me respondió y a mí se me cayeron los rizos al suelo de la impresión. No estaba preparada para esto, claro, y de los nervios que me entraron tan sólo conseguí balbucear chorradas y pedirle que me mandara un par de folletos de Cuenca a casa. Cuando me pidió mis datos, volví en mí y fui más rápida: mentí. No iba a dejar que me descubrieran de esa forma tan tonta, tan sencilla. Si ELLOS querían encontrarme, no se lo iba a poner fácil. Así que les di los datos de una tal Amparo Sanchez ante las carcajadas de mis compañeros, que no se creían que yo pudiera ser tan astuta. JA.

Pues bien, pasó un tiempo y yo me cambié de ciudad. En Barcelona no tuve ningún altercado con los Hombres de Negro porque, supongo, les había despistado. Eso sí, continué divulgando mi teoría para que también conociesen la verdad al norte de España. La verdad está ahí fuera, y sólo yo la conozco.

Fue al volver a Málaga cuando sucedió lo inevitable: me aficioné a Twitter y, como soy una bocazas, me dispuse a extender mi verdad también en la red social: solté que Cuenca no existe, y a los pocos días (dos o tres, creo recordar), una tal Casiopea comenzó a seguirme. Y EN SU BIO PONÍA QUE ERA DE CUENCA. Ahí estaba, me habían encontrado de nuevo.
Casiopea parece maja, pero yo no me fío: es una de ELLOS. Como ya había dicho alguna vez que no es normal que nadie haya estado allí ni conozcamos ningún otro sitio que no sean las Casas Colgadas esas, (ni restaurantes, ni hospitales, nada), ahora resulta que Casiopea empezó a poner fotos del restaurante donde trabaja su hermano, en el centro de Cuenca. Venga ya. Que todo canta mucho, señores. Vais a tener que currároslo mucho más si queréis que yo me lo trague; a los demás podréis engañarles, pero a esta oveja no.

Mi amiga Sil me soltó un día que ha estado de viaje en Cuenca, y desde entonces ya no me fío de ella. O bien es una de Ellos, o bien le han lavado el cerebro y le han implantado un microchip tras la oreja para controlarla. 

Y a vosotros, ahora que me habéis leído, os intentarán engañar también. Seguro que en los comentarios de este post me dejan enlaces de la Wikipedia repletos de información sobre Cuenca. Todo falso. Seguro que habrá gente que me mande fotos de sus vacaciones en Cuenca: Photoshop.
La expresión "te via poné mirando pa Cuenca" no es más que una creación del CM del Gobierno,  que quiso introducir Cuenca en nuestra lista de chascarrillos populares para familiarizarnos con ella.
Seguro que salen cientos de conquenses enfurecidos diciendo que mi post es una sarta de chorreces: son ELLOS. 
Cuando alguien conoce la verdad, muchos intentarán detenerle. 
Y yo soy la elegida, y no me rendiré.



Si algún día dejo de escribir en este blog, será porque me han encontrado. Por favor, id con cuidado y no os fiéis de nada que no sea LA VERDAD: no hay cuchara. No hay Cuenca.