27 junio 2015

Nico.

Dicen que los gatos son muy ariscos. Que no son leales, sino que se guían por sus conveniencias y necesidades y que nunca te consideran "su dueño", sino "su humano".


También me aseguran que no son tan cariñosos como los perros ni saben demostrarte amor; que su carácter independiente les hace ir a su aire hasta que les apetezca agenciarse un humano rascador que les idolatre, pero sólo por un ratito. Lo justo. Ya.

Durante toda mi vida he vivido pensando que los gatos arañan, muerden, destrozan, atacan, acechan, curiosean, la lían parda. Que se comen las plantas, que muerden los cables, que lo llenan todo de pelos, que son indomables. 

Y ahora que tengo a Nico me doy cuenta de que todo, absolutamente todo lo que me habían dicho sobre los gatos para advertirme... era cierto. 


Salvo porque se dejaban una cosa, la más importante: ellos sí que te quieren. A su manera. Como les permite su naturaleza. Como tú se lo permitas. Como tú les enseñes a querer.




Ahora que lo pienso, los gatos son mucho más parecidos a las personas de lo que yo creía.