28 febrero 2014

28-F

Yo no soy una malagueña típica: no me gusta el pescaíto frito, ni bailo flamenco con gracia, ni me emociono con la copla ni con los solos de guitarra española. No tengo la piel morena ni el pelo negro, ni me gustan los vestidos de lunares ni el vino dulce.

Pero dicen que cuando me enfado, cuando alguien me pone nerviosa y pierdo el zen, me sale la vena andaluza y flamenca y mando a la gente al carajo con mucha gracia y salero. 
Dicen mis amigos que a nadie le brillan tanto los ojos como a mí cuando me siento en el paseo marítimo y me pongo a "oler el mar". 
Que oírme hablar de mi tierra da ganas de venir. Y quedarse. Y esos amigos que tengo repartidos por el norte de España, cuando han venido a verme han soñado con venirse a vivir aquí. Alguno lo hizo.
Dicen los que me conocen que puedo intentar disimularlo, pero que Andalucía se me escapa entre frase y frase, a veces. Que se cuela por entre mis rizos y que me delata con todo el descaro por muy neutral que quiera yo parecer.


Y es que no se puede evitar: el andaluz será muy andaluz le guste el flamenco o no, viva en Málaga o en Turín o en Inverness o en Ohio.  
El andaluz que viva lejos se pasará media vida buscando la luz de su tierra en cada atardecer, el olor de la brisa marina y el azahar en cada primavera, la calidez de los amigos de siempre en cada sonrisa, las horas entre tapa y tapa en cada terraza, el sol eterno en cada cielo, ese no sé qué que te da ganas de cantar en voz alta cuando conduces por el paseo marítimo con el flequillo revolviéndose en la frente, la montaña a un lado y la inmensidad azul al otro. 


Andalucía se te cuela muy dentro lo quieras o no. Es una bruja, una guasona hechicera que se transforma en recuerdo y se afianza en tu corazoncito para dolerte cuando estás lejos.

Hoy es nuestro día, andaluces y afortunados. Felicidades.

Foto de la bahía malagueña, cortesía de Betanya

13 febrero 2014

Mis 5 peores citas III: Especial San Valentín 2014

¡Buenos días, hermosos!
Ya está aquí el día más romántico del año para algunos, pasteloso para otros. Ese día en el que todos nos quejamos por una u otra cosa y que las calles se inundan de corazones rosa y de bombones. De reproches y caprichos. De amor y de soledad. De amor fingido también, por qué no. 

Yo ya lo he dicho alguna vez: no me gusta San Valentín. Tiene un no se qué que me pone triste que a día de hoy sigo sin saber identificar, tenga o no tenga pareja. Tampoco me gusta tener que regalar nada ese día ni necesito que me regalen nada -al menos sólo porque toque- como si el resto del año ya pudiesen seguir siendo unos rancios.

Pero no critico a quien lo celebre, ojo. Soy muy fan de cualquier tipo de celebración y, si el 14 de febrero es una excusa más para salir con tu churri a pasarlo bien por ahí y daros mucho amor, ole y ole. Que ya habrá tiempo de amarguras. 
Además yo soy un poco cursi (que sí, Pix0l, lo soy y a mucha honra) y me encanta cualquier tipo de demostración de amor y/o cariño, sea la que sea. Creo que no hay nada más auténtico que demostrar tus sentimientos hacia alguien, y por eso siempre se me pone carita de Bambi cuando veo a esas parejitas felices dándose arrumacos por ahí. 

La cuestión es que yo este año quería escribir un post especial para San Valentín pero no tenía muy claro el enfoque, así que como yo me debo a mi público me fui a la página de Fareborn a preguntaros a vosotros, mis fanses ovejosos, de qué queréis que hable en este post amoroso. Y la cosa estuvo clara: ¡mira que os gusta un marujeo o una miseria ajena!. Más o menos el 80% de mis lectores pidieron carnaza: anécdotas, guarradas, mis 5 peores citas. Material para el descojone general, vaya. 

Y ya van dos ediciones en el blog de mis peores citas ever, pero está claro que no os cansáis nunca. 
Por suerte para vosotros, yo tampoco me rindo nunca en esto de buscar el amor y... si me pedís material de primera, material de primera os voy a dar.

Esta vez, eso sí, haré algo diferente: hasta ahora tan sólo os había hablado de las citas que salieron mal por culpa de otros, es decir, citas en las que yo tuve que salir por patas porque soy una señora con un caché y me merezco mucho más que hombres zumbados, guarros o psicópatas. 
Lo que no me había atrevido a contar hasta ahora son esas citas que fracasaron porque yo la lié parda. Y os las había ocultado porque tengo orgullo, vergüenza y dignidad. 

Dignidad que me paso hoy por el rizo, que mañana es San Valentín y vosotros os merecéis conocer la verdad: la oveja a veces también hace que los maromos salgan por patas. A tope con la sinceridad voy.
Agárrense a sus asientos porque con todos vosotros llega el Especial San Valentín 2014:

MIS 5 PEORES CITAS - LIADA PARDA EDITION



1) La funda molar.

Quedé yo con un chico guapísimo una vez. Era uno de esos chavales que cualquier lagartona te querría quitar: alto, atractivo, simpático e inteligente. Luego resultó ser un poco ñoño y aburrido, pero esa es otra historia que no viene al caso.
La cuestión es que empecé a salir con él y en una de nuestras primeras citas conseguí convencerle para ir a cenar a un chino que me encanta. 
Todo iba como la seda: conversación agradable, miraditas cómplices, risas. Yo estaba doblemente emocionada y feliz, ya que por una parte estaba cenando con un señor que me gustaba mucho y por otra además me estaba poniendo cerdaca a base de rollitos y arroz tres delicias, cosa que me pone de muy buen humor.

Hasta que llegó la ternera con bambú y sucedió el desastre: en una de estas veces que fui a darle un bocado a un trozo de carne, noté con horror cómo masticaba algo duro y extraño justo mientras el chico me estaba contando no se qué (sería muy interesante pero la verdad es que perdí el hilo de golpe).  Yo soy una mujer educada y conozco el protocolo, con lo que escupir aquello automáticamente de la boca hubiese quedado muy mal, así que le di con la lengua para ver si identificaba aquel cuerpo extraño y comprendí, mientras se me helaba la sangre y empezaba a sudar, que se me acababa de caer la funda molar. Para los que no lo sepan, una funda es esa especie de diente "de mentira" que te ponen cuando uno de los tuyos está demasiado mal como para empastar, así que rápidamente os haréis una idea de la situación: tenía una muela en mi lengua y un agujero entre diente y diente. Era el Cuñao.

No sé cómo conseguí sacármela de la boca discretamente cuando él no miraba, esconderla con unas servilletas de papel, meterla en el bolso y seguir hablando sin abrir mucho la boca y sin reírme casi nada durante el resto de la cena. 
Si el chaval se dio cuenta o no es algo que nunca sabremos. Él no me dijo nada, pero me da la sensación de que debió pensar que tengo la sonrisa más falsa del planeta, porque me reía estirando mucho la boca hacia los lados en plan Carmen Lomana.

Fui al dentista días después y le dije que se dejara de pegamentos convencionales; que si había que fundirla con ácido a mis encías que lo hiciera o me quedaría soltera para siempre.  


2) Silent Hill

El verano de 2007 echaba yo muchas horas trabajando de animadora en el hotel, así que era muy normal verme siempre con ojeras y con un paso pausado y cadente en plan semanasantero. Aún así, yo intentaba tener una vida social activa y en mis horas libres trataba de aprovechar el tiempo lo máximo posible y salir, ver a mis colegas, etc, así que una vez quedé con un chaval después del trabajo un martes o un miércoles, no recuerdo bien. 
Era tardecillo, más o menos las once de la noche, y esa mañana yo me había levantado muy temprano y llevaba ya cinco o seis días de trabajo a mis espaldas, asi que cuando llegué a la cita debía tener peor cara que los pollos del Pryca. Pero allí estuve yo toda la noche, dando el callo, conversando y riéndome y tomando gintonics a la luz de las estrellas.

Todo iba genial hasta que llegó la hora de irnos. El chaval era todo un caballero y, a pesar de estar cerca de mi barrio, se ofreció a llevarme en coche hasta la puerta de mi casa. Y como yo estaba fundida, acepté.

Os prometo que fue todo muy rápido: fue sentarme en el coche, ponerme el cinturón y quedarme frita. De estas veces que te duermes tan rápido y tan profundamente que no te da ni tiempo de ser consciente de lo que está pasando. Pero sí, me quedé dormida. Súper dormida. Tan grogui que empecé a soñar y todo, -yo soy sonámbula- con tan mala suerte que empecé a gritar algo así como "QUE VIENEN LOS ZOMBIES, QUE ESTO ES SILENT HILL".
Me desperté yo misma por culpa de mis gritos. Pegué un respingo, asustada, me giré y vi que el pobre chaval me estaba mirando con cara de WTF, seguramente ideando ya un plan de escape ante zumbadas de la vida.

No recuerdo bien qué excusa le puse. Creo que fue algo tan ridículo y miserable como que jiji, jaja, qué cosas, que me acababa de acordar de una cosa que leí en internet el día anterior sobre un nuevo Silent Hill.

Al chaval, claro está, no le volví a ver.


3) Los dinosaurios

Nunca me dejéis beber demasiado, hamijos. Cuando bebo me quedo sin neuronas, (las pocas que tengo) y me pasan cosas como aquello que sucedió una noche de verano con un chico con el que quedé para tomar algo por la playa.
Yo no quería ir a tope, así que empecé con tinto de verano y tal, #detranquileo, pero la conversación era muy interesante y me lo estaba pasando en grande y una cosa llevó a la otra y me acabé pidiendo un gintonic que ríete tú de la Supercopa. 
Y mientras él me hablaba de la evolución, de Darwin, de las creencias religiosas y de Adán y Eva, yo me iba transformando poco a poco en Homer Simpson y en mi mente empecé a transformar sus palabras en blablablablablagintonicblablabla.

Hasta que el chico se puso a hablar muy apasionadamente de los dinosaurios y de sus descendientes, tipo lagartos o insectos, y yo me puse muy seria y, adoptando mi mejor cara de científica sexy, pregunté: "-Oye, y nosotros los humanos, ¿de qué dinosaurio seremos descendientes?".

Primera y última cita.


4) El kebab del mal.

¿A vosotros no os ha pasado nunca que sabéis que alguna comida os sienta muy mal, pero  que os gusta mucho mucho y por eso a veces no podéis evitar comerla? A mí sí y, como soy lerda, a veces se me olvida incluso mi intolerancia y zampo como si no hubiese un mañana.

Y eso me pasa a menudo con los kebab. Tienen que ser muy buenos y estar muy bien hechos para que mi organismo los acepte a modo de alimento, así que intento con todas mis fuerzas comer otra cosa cuando me dan a elegir. 

La cuestión es que en una cita a mí me dieron a elegir entre susto o muerte y yo elegí muerte. Había unos diez restaurantes entre los que elegir, y yo me fui directa al kebab porque me volví rubia (con perdón a las rubias) de pronto.

Imaginaos el resto: di más paseos al baño que en toda mi vida junta. Intenté aguantar el tipo como pude e incluso me quedé a la sobremesa, pero aquello no tenía cómo sostenerse para parecer  natural: me levantaba cada diez minutos, con la cara pálida y estertores de muerte. El pobre chaval debió pensar que me aburría, que estaba loca o, aún peor, la verdad: que me iba de vareta.

Esta vez fui yo la que no quiso volver a quedar con él, de pura vergüenza.


5) La de rojo.

Los hombres nunca nos comprenderéis en esto. Jamás. No sabéis lo que es sufrir la regla cada mes con todas sus consecuencias: dolores, angustias, cambios de humor, de peso, de apetito, y por mucho que os hagáis los pacientes y comprensivos nunca llegaréis a ser conscientes de la maldición que supone ser mujer y fértil. 

Yo, además, tuve una época del horror en la que tenía el periodo más troll de la historia: nunca sabía cuándo me iba a venir la regla. Podía retrasarse una semana, adelantarse, venir dos veces en un mes, etc, con lo que aquello eran un sin vivir constante. Menos mal que no tenía pareja y que mi vida sexual era más pobre que el sastre de Malena Gracia, porque si no me habría pasado la vida angustiada pensando en que cualquier retraso podría suponer trillizos rizosos.

En fin, que siempre llevaba encima material femenino a espuertas por lo que pudiese suceder. La sección de compresas y tampones del Carrefour se quedaba corta al lado de los bolsillos interiores de mis bolsos, y mis amigas siempre sabían a quién tenían que recurrir en caso de emergencia.

Hasta que un día conseguí una cita con un tío de escándalo de esos de revista y, pizpireta y emocionada, fui rauda a preparar mi outfit para estar perfecta esa noche: taconazos, vestidito blanco, melena leonina, maquillaje, perfume. Arrebatadora, vaya. Tan sólo me faltaba el bolso a juego y me empecé a agobiar, porque una mujer sin bolso se queda desamparada en el mundo. Mi madre fue mi salvadora aquella noche y, en el último momento, me prestó un bolso de los suyos que me iba que ni pintado. 

Ea, pa la calle. Bea, se te olvida algo. Bea, para. Bea... Y Bea que pasa un huevo de su diosa interior y sigue palante, palante, hasta el restaurante.

Adivinad quién empezó a sentirse mal en mitad de la cena. Quién identificó rápidamente aquellas punzadas de dolor abdominal. Quién casi se muere cuando recuerda que llevaba un vestidito monísimo de color blanco y un bolso de su madre.

La fuga que di yo aquella noche fue para grabarla con el móvil y usarla para el guión de la próxima peli de escapismos en prisiones.  Es que ni recuerdo qué excusa le di al pobre chaval, pero no llegué ni al postre.


A mí así es que no me casáis, eh.




Este post va dedicado a todos los Grinchs del amor que decís que San Valentín es pasteloso y hartible. A todos los solteros que os querríais meter en un bunker cada 14 de febrero para no soportar a las parejitas cursis dándose amor. A los que decís que San Valentín lo inventó el Corte Inglés. 
Riámonos un poco del amor y de la vida, carajo. Y dejemos que aquellos que tienen la suerte de enamorarse y que consiguen tener citas maravillosas las disfruten, que el mundo no tiene la culpa de que a nosotros nos siente mal el kebab o se nos caigan las fundas de los dientes.

Feliz San Valentín, hagáis lo que hagáis mañana, y recordad: ver Glee en series.ly también es amor.



P.D: os dejo aquí los enlaces a las dos ediciones anteriores de Mis 5 Peores Citas, por si vais a tope con las miserias de la Rizos xDDD

Mis 5 peores citas I
Mis 5 peores citas II

08 febrero 2014

Multipost de un sábado cualquiera

Ay, queridos, qué malita he estado.

Hacía ya mucho tiempo que no venía al blog a contaros mis penas o a charlar un ratico por el mero hecho de cotorrear... y hoy me apetecía, así que allá voy.

Hace exactamente una semana que no veo la luz del sol. El sábado pasado estaba yo en un congreso para profesores de español como lengua extranjera (ya me siento tó profesional, que acudo hasta a congresos) y me empecé a sentir fatal: dolor de garganta, fiebre, escalofríos... Tacatá, pensé yo. Ya la he pillado.

Y así era: me he pasado una semana entera metida en la cama, con unas anginas del averno y peor cara que los pollos del Pryca. Hacía muchos años que no me daba tan fuerte, eh; llegué a sentirme tan mal que hubo una noche de esas de fiebres altas y sudores fríos en las que me puse a delirar y creí que jamás volvería a recuperarme. Que mi pavo nunca volvería a ser el mismo. Que Violeta se quedaría huérfana de oveja.

Pero los antibióticos vinieron al rescate y afortunadamente ya estoy mucho mejor. Y menos mal, porque empezaba a estar hasta el rizo de estar metida en la cama. Y lo peor de todo: DE NO PODER COMER. Porque por culpa del dolor de garganta, cualquier cosa que intentaba tragar era como cuchillas infernales abriéndome en canal, muy en plan peli gore. 


En fin, que lo importante es que de todo se sale si tienes drogas legales y una madre que te haga sopitas y te ponga pañitos fríos en la frente.

Hablando de Violeta y para cambiar la tónica enfermiza del post, que sepáis que me ha salido una planta machorra. Ella ha decidido que eso de echar flores es de nenazas, que ella prefiere crecer y crecer y echar hojas a espuertas convirtiéndose en algo así como el Chuck Norris de las plantas, pero que de flores nada. Y yo mira que le canto canciones de James Blunt y de Conchita, pero oye, no hay manera. Me ha salido chunga la niña. Yo creo que tiene atemorizados a los geranios del balcón y todo.


Soy una planta machorra y digo groarrrrr



 Mucho reirme yo de las fotos de tortillas de mi amigo Omar, y ahora me paso la vida poniendo fotos de plantas en el blog xDDD

¡Hablando de Omar! El otro día fue su cumpleaños y como estaba yo metida en la cama con mis fiebres no le pude felicitar como se merece... 
¡Felicitadle todos, a ver si me perdona! :PPPP


En fins, voy a ir cortando ya. Que se nota que me he pasado una semana enclaustrada y sin vida social y que ahora soy una cotorra xDDDD
Ya volveré otro día a contaros cosas más interesantes.
Mientras tanto sedme buenos y abrigaos mucho (bufandas, por dios, que luego pasa lo que pasa). Que ya falta menos para el verano :D