28 junio 2016

Santa Ana.


Un olor, una ráfaga de brisa fresca que me revuelve el flequillo mientras contemplo la costa cualquier noche de verano desde un balcón. Una canción que me resulta familiar y que me remueve algo por dentro. Un escalofrío que me recorre la espina dorsal y me eriza la piel. Un flash que de pronto se me instala en el córtex, burlón, creando recuerdos (¿falsos?) y haciéndome sonreír como si aquello que de pronto estoy viviendo -sintiendo- tan sólo fuese el reflejo de otra vida anterior.
En esos instantes en los que me pierdo entre realidades y el sentido de mi existencia se me antoja un poco más fascinante y misterioso, me gusta inspirar profundamente y dejarme llevar.  A veces la sensación dura unos minutos antes de volver a lo mundano, al olor a humo y asfalto; otras, sólo un par de segundos. Pero me gusta disfrutarla mientras dura la magia: una vez, en alguna otra dimensión paralela, en este preciso lugar en el que mis rizos bailotean con el viento... fui feliz.

O quizá no sean reminiscencias de emociones pasadas, sino vientos que presagian la felicidad que está por llegar.

10 junio 2016

Guapa de cara.

Desde que me quiero más, me quiere menos gente. 
Ya no ligo nada de nada, ni tengo mil mensajes de chicos pendientes de mí todo el rato como cuando tenía 25 años.

Desde que no escondo cómo soy realmente y dejo de ponerles filtros y censuras a mis fotos y a mi personalidad hay mucha más gente que se aleja de mí. Gente que, directamente, le da a no en Tinder cuando ve mi perfil y que sale de mi blog inmediatamente después de verme en una foto de cuerpo entero. Tampoco suelen quedarse los chicos que conozco en los chats, que vienen  a mi blog a ver si soy una mujer dócil y primorosa. Jamás se me acercan en los bares. Qué pena, con lo mona que es de cara.

Desde el día en que decidí dejar de tratar de gustar a todo el mundo me resulta mucho más difícil mantener mis relaciones, las de pareja y las de amistad. 

Desde que me niego a ceder cuando algo no me gusta, evito a las personas cobardes y pusilánimes y me quito de enmedio cuando algo me hace daño, estoy más sola. Ahora soy una borde, dicen. Es inevitable sentirme sola. 

Desde que dejé de entrar en tiendas donde mi talla era la mayor o, directamente, inexistente, tengo menos ropa a la moda y tengo que gastar mucho más dinero para vestir ropa que me siente bien.

Desde que dejé de contestar a todos los whatsapps, a todos los comentarios, a todas las llamadas de teléfono, a todos los cumplidos, a todas las quejas, a todos los consejos, a todos los reproches, etc, se me critica mucho más. Bruja. Zorra. Fea. Creída. Pava. Tonta del culo.

Desde que dejé de intentar adelgazar  inútilmente -nunca conseguí dejar de tener caderazas y culazo- y empecé a disfrutar de lo que me gusta engordo una media de 1kg al año, si no más. De seguir así, en 2030 seré un mamut.

Desde que aprendí a invertir mi tiempo libre en lo que me dá la gana, sin importarme lo extraña o friki que pueda parecer mi vida o si a alguien le parece bien o mal que me quede en casa, en bata, un viernes por la noche, me siento mucho más señora y menos en la onda que la mayoría.




Desde que me divorcié de castigarme a mí misma por mis errores, de sentir que nunca seré lo suficientemente buena para alguien y, simplemente, aprendí a aceptar que no soy perfecta, duermo mucho más tranquila por las noches. Lloro más a gusto. Abrazo mi histerismo.

Desde que encontré la solución para las rozaduras entre los muslos en verano, (el que quiera saber más, que me pregunte por privado) me importa mucho menos tener los muslos gruesos y nada de thigh gap.

Desde que ya no me da vergüenza ponerme un bikini y tirar para la playa, disfruto muchísimo más de mis veranos, me pongo más morena y tengo los huesos mucho más fuertes. Tengo estrías, tengo celulitis, tengo las rodillas feas. Y qué. Al carajo la osteoporosis.

Desde que me cuido más a mí misma y le doy menos importancia a las personas y las cosas que realmente no importan una mierda, me siento mucho más plena y creo que aprovecho mucho más mi vida. Invierto menos tiempo en lo que me pone triste y más en lo que me hace reír.

Como os decía, desde que me quiero más a mí misma, me quiere menos gente. 
Y ya me va bien.
Es un largo camino, el de aprender a valorarse a uno mismo. Estoy en mitad de una metamorfosis y el que me "quiera" menos gente ahora tan sólo es una muestra de que voy por buen camino.



Aquí una que se supone que está gorda que se ve buenorrísima. Lo de pava ya no lo niego.