10 septiembre 2016

Adverbios.

Vivimos en un mundo loco de runners, de móviles que se cargan ultra-rápido, de trenes de alta velocidad y de máquinas de cocina que te preparan la cena en diez minutos. De gente que se mira sin verse, que corre por llegar a su destino. Que nunca llega. Que lo quiere todo ya. Que va y viene. Que no se permite sentir. Que habla sin pensar. Que ama y odia violentamente. Velozmente. Rápidamente. Brevemente. Dinámicamente. Ágilmente. Descuidadamente. Escandalosamente. Infaliblemente. Fugazmente. Torpemente. Vertiginosamente. Superficialmente.

A mí me gusta caminar despacio. Ser paciente. Salir con mucho tiempo de casa para no ir con agobios. Sentarme a contemplar la tarde respirando hondo. Tener todo el tiempo del mundo para no hacer nada especial. Saborear cada bocado. Pararme de golpe a notar la brisa. Disfrutar el camino. Besar sin prisa. Tocar, oler, sentir. Sosegadamente. Delicadamente. Tranquilamente. Silenciosamente. Pausadamente. Profundamente.

Lentamente. Es mi adverbio favorito.

09 septiembre 2016

Warning.


Hay un tipo de personas que me da mucho miedo. Hoy me he acordado de algo así, de golpe, sin venir a cuento, y me ha hecho pensar en que Beasinmiedo sí tiene un miedo muy gordo y no es de los fantasmas precisamente. La cuestión es que no sé qué es exactamente lo que caracteriza a estas personas, si es tan sólo un rasgo que se repite como un patrón o si son aspectos diferentes de las mil millones de personalidades distintas que pueden tener las personas con las que me topo.

Pero sí. En ocasiones sigue resonando en mi cabeza esa señal de WARNING que me ha acompañado toda la vida, aunque haya mutado bastante: cuando yo era una criaja se disparaba si alguien me gustaba demasiado y, ahora, cuando alguien no me gusta nada.

A veces conoces a alguien que parece interesante y entonces le preguntas sobre algo y lo ves hablar y hablar y escucharse su voz y enamorarse de sí mismo con cada palabra. Su vida es muy interesante; la tuya no. Después de quedar con esa persona muchas veces, un día te das cuenta de que ni sabe nada de ti realmente ni le interesa.
A veces les das un beso y tú no sabes si lo están disfrutando o si están repasando mentalmente la lista del tres, porque su cara no muestra ni un ápice de emoción. Nunca exageran. Nunca levantan la voz. Nunca se muestran vulnerables.
A veces te dejas de jueguecitos de poder (ahora me intereso por ti, ahora te ignoro no te vayas a ilusionar) porque sabes que no sirven de nada pasados los 20, pero no. Tú intentas ser natural y sincera y ellos te miran como si fueras estúpida y no te enterases de cómo funcionan las leyes invisibles interpersonales.
A veces te los encuentras caminando por la vida como estatuas de mármol, preciosas y perfectas. Reflejan la luz, sus ojos están ciegos ante lo que de verdad importa y, si las tocas, te hielas.



Me dan mucho miedo y me hacen sentir muy insegura aunque intente evitarlo. Con este tipo de personas nunca puedo ser yo misma aunque lo intente, y al final -cuando se alejan sin darte explicaciones, porque claro, no estamos en la misma onda- me dejan con esta mierda de sensación de no haber sido lo suficientemente inteligente, lo suficientemente guapa, lo suficientemente interesante, lo suficientemente nada.

Y que no, oye. Así sin retórica. Que os den mucho por culo.

05 septiembre 2016

Cita a ciegas


Se puso su vestido rojo; sabía que ese color le favorecía mucho y esta tarde quería impresionar de verdad.
Tenía una cita. Desde que su mejor amiga le instaló Tinder en el móvil, Lucía había rechazado a la gran mayoría de chicos cuyo perfil no hubiese conseguido llamar su atención por uno u otro motivo: casados, picaflores, infantiles, soberbios, simples. Pero Marcos era –parecía- diferente, y cuando las charlas vía chat derivaron en un posible encuentro real, ella aceptó.

Llegó diez minutos antes de lo acordado. Quería tantear el terreno y relajarse sentada antes de que llegara él. Eligió una mesa algo apartada del resto, junto a la cristalera, y pidió un café.
Marcos llegó un poco después, justo a la hora acordada. Llevaba una camisa muy bonita impecablemente planchada y unos vaqueros que le favorecían mucho. Guau, pensó ella. Tenía que reconocer que era guapo, al menos no muy diferente a su foto de perfil.

-¿Laura? -preguntó el chico, acercándose a ella-. Soy Marcos.

Lucía asintió y le invitó a sentarse, sonriendo. La primera impresión había sido buena: era educado, agradable, tenía el pelo brillante y la voz bonita. Por fin.

-Siento que hayas tenido que esperar, he venido en autobús y no he calculado bien el tiempo…

La camarera se acercó en ese instante y depositó con suavidad el café frente a Lucía.

-No te preocupes, yo acabo de llegar. ¿Quieres tomar algo tú también?

-Sí. Una cerveza, por favor.

La camarera asintió con la cabeza y volvió a la barra canturreando en voz baja. Los dos muchachos se observaron en silencio durante diez o quince segundos, hasta que ambos empezaron a reír.

-La verdad es que estoy un poco nerviosa -admitió ella-. Es mi primera cita a ciegas.

-¿En serio? Yo llevo ya usando Tinder varios meses, pero tengo que reconocer que eres la chica más interesante que he conocido por ahí.

La chica más interesante parpadeó lentamente y se sonrojó mientras la camarera traía la cerveza y el muchacho le daba un sorbo largo, ruidoso, dejando un rastro casi imperceptible de espuma que se le quedó adherido al labio superior. Ella pudo notarlo justo antes de que Marcos se limpiara y continuara hablando:
-¿A qué te dedicas? Me comentaste algo sobre unas clases…

-Soy profesora de español para extranjeros en una academia. Ya sabes, trabajo con alemanes, ingleses...

-¡Con guiris! Entonces te pasarás el día enseñando la receta de la paella y bailando flamenco, ¿no? Jajaja…

Exactamente, pensó ella. Por desgracia su trabajo estaba repleto de clichés y tópicos, pero se sentía bien desempeñando la docencia y haciendo de Cicerone en su ciudad. 

-A mí me gusta. Es divertido y reconfortante. 

Marcos intuyó que había metido la pata y trató de cambiar de tema rápidamente. Le habló de su familia, de su trabajo, - era monitor de Crossfit en un gimnasio- de su perro y de sus últimas vacaciones en Tailandia. Ella le escuchaba en silencio, atenta, haciéndole alguna pregunta de vez en cuando y bromeando con coquetería. Había química entre ellos y estuvieron charlando animadamente durante un buen rato, así que la tarde pasó y dio paso a otro tipo de bullicio en la cafetería, más íntimo y menos familiar.

Poco a poco Lucía había ido perdiendo la vergüenza y había empezado a tomar las riendas de la conversación, aprovechando también que el chico empezaba a mostrarse un poco más callado -probablemente más relajado-.

-¿Cuánto tiempo llevas soltero, Marcos? Porque como dices que llevas en Tinder ya varios meses…

-Jajaja… sí… Mi ex y yo lo dejamos el año pasado. Fue una decisión de ambos, aunque suene a excusa típica.

-Claaaaro, aquello no funcionaba, no es por ti, es por mí y todo eso, ¿no?

Marcos tomó aire y se mantuvo en silencio un minuto, justo antes de responder con la voz un poco más ronca de lo normal, como si estuviese cansado y arrastrara las palabras:

-Exactamente. Ella es un cielo, no pasó pada malo entre nosotros… simplemente sentimos que como pareja no funcionábamos.

Ella comprendió al instante. Sabía bien lo que era no encajar con casi nadie. 



-Oye, se hace tarde para otro café. Si te apetece podemos ir a cenar a algún sitio,- sugirió Marcos armándose de valor pero sin poder evitar desviar la mirada hacia la cristalera- conozco un italiano muy bueno aquí cerca.

-¿Un italiano? Demasiado romántico para una primera cita, pero me parece bien.

Ambos sonrieron a la vez. Lucía le hizo el gesto típico de pedir la cuenta a la chica de la barra y fue a sacar su cartera del bolso, cuando Marcos se lo impidió:

-Ni hablar, yo te invito. Al copazo de después ya invitas tú… –ella se lo agradeció con la cabeza y él continuó: -oye, perdona pero tengo que ir al servicio un momento. No me encuentro muy bien, igual he bebido demasiada cerveza con el estómago vacío, jeje.

-Sin problema, te espero.

El chico se levantó y se acercó a la barra.

-Tome, cóbrese de aquí. ¿El baño dónde está?

La camarera señaló a unas escaleras que bajaban:

-Abajo, al lado del almacén.

Marcos asintió y bajó los escalones muy despacio. Estaba mareado y tenía ganas de vomitar.

Entró en el baño de caballeros y se acercó a los lavabos. La imagen del espejo le devolvió un rostro pálido, enfermo. Se apoyó en el lavabo consciente de que algo no iba bien y se echó agua helada por la cara, tratando de calmarse. 
Lo último que pudo ver antes de desmayarse fue a la camarera apoyada en el marco de la puerta, tras él, observándole en silencio.





-Te dije que era un imbécil, Luci. Espera, agarra bien que el cachas éste pesa mucho.

Las dos chicas arrastraban al chico para sacarlo del baño, una sujetándole por las axilas y la otra tirando de las piernas. Abrieron con llave la puerta del almacén y entraron. Estaba en penumbras.

-No era imbécil, sólo un mentiroso y un tonto que no sabe cuándo una bebida sabe rara –respondió Lucía-. Pero este era muy guapo, no me lo puedes negar. 

La camarera encendió la luz y volvió a sujetar a Marcos por las piernas tirando de él como pudo hasta el fondo de la habitación, donde tenía las cámaras frigoríficas. Abrió una de ellas.

-Uy, en esta no, que la tenemos llena con los del mes pasado. Deberíamos ir pensando en poner más filtros, que desde que te enseñé lo del Tinder no paras…

-Un tío que se pide una cerveza en su primera cita ya merece morir, Cata, pero si quieres le añadimos algo más. 

Catalina miró a su mejor amiga sonriendo con malicia para decir:

-Ok. Pues lo dejamos en que se pida una caña y que además te cuente la milonga esa del no es por ti, es por mí.

Entre las dos consiguieron meter al chico en otro refrigerador vacío, casi a empujones, y tras cerrarlo bien y barrer y fregar el almacén, el baño y la cafetería se dispusieron a salir a cenar. Cata dejó el delantal tras la barra, se soltó la melena y preguntó, guiñando un ojo:

-¿Vamos al italiano? 

-Vamos.



 

01 septiembre 2016

Nunca.

Supongo que cuando te explico lo exigente que soy lo que realmente quiero decir es que me muero por que seas lo que busco.

Pero nunca lo eres.