31 diciembre 2018

Thank you, 2018. Next.


Frío, dolor de garganta y sospecha de alergia. Swing y tardes de clandestino frente a la Alcazaba. Últimos coletazos del trivial los viernes por la noche con las chicas. Sesiones de cine en soledad y alguna con J.Kent. Clases. Una FreakCon bastante peculiar donde todos flotan. Mi cumpleaños en familia, la de sangre y la que no. Macetas con flores moradas.  Comidas con queso y vino italiano al sol. Pre Nueva York. Nueva York. Post Nueva York. Calor, por fin, y una boda en Zaragoza vestida de caperucita. Calas escondidas con palmeras y gente en pelotas. Torre del Mar y Jesús. Citas surrealistas de Tinder. Ambulancias y hospitales. Más surrealismo. Carcajadas con dolor de mofletes. Patoveja. Granada con unicornios. Londres. Paquer. Purple Rain. Clases con mi grupo de señoras en las que se ríe más que se explica. Stranger Things y Alberto y yo dándolo todo con el pavismo. Youtube y Ni Guou ni Guau. Halloween. Madrid ballooning. El advenimiento de Nisi otro invierno más. Comidas y cenas navideñas con mucho vino y jamón. La magia de mi melena.

Ha sido un año de pensar menos y actuar más, tal y como me propuse a finales de 2017, y por ello estoy contenta y satisfecha.


Gracias por tanto, 2018, fue un placer. No me eches de menos ahora que te vas.





20 diciembre 2018

Tus recuerdos en facebook


Facebook me recuerda hoy que hace justamente dos años yo publicaba una foto en mi muro. Una foto en la que enseñaba mis gafas nuevas, super moradas y preciosas, con las que yo me sentía bastante favorecida dentro de mis circunstancias miopes. Os pedía opinión porque fue un cambio importante para mí, por chorrada que os parezca.

Y oye, que igual no es casualidad que desde entonces haya aprendido a ver la vida de otra forma. A calar mejor a las personas. A reconocer patrones. A obviar los grises. A verme más guapa y juzgarme menos. A valorar cosas que antes pasaban desapercibidas. A ver más allá (que no el mas allá, de momento). A no conformarme con menos y luchar por más.  A encontrar sonrisas mágicas. A mirar. 

Benditas gafas.




05 diciembre 2018

Relojes.


Cuando yo tenía doce o trece años pasaba las tardes sentada en las escaleras del bloque de mi urbanización. Allí nos reuníamos todos los niños del barrio sin necesidad de whatsapp ni mensajes por facebook, simplemente íbamos bajando de forma escalonada cuando terminábamos de comer y de hacer los deberes.
Nos dedicábamos a charlar, contar historias de miedo y, si acaso, vaciar paquetes de pipas o devorar poloflashes Kelia de los de dos sabores, que eran los mejores. Disfrutábamos simplemente de nuestra compañía, y se podría decir que aquellas fueron las tardes más felices de mi vida.

En aquellas estábamos un viernes después del colegio cuando se me acercó un chico (llamémosle Adolfo, del bloque dos) y me dijo, muy serio: "Bea, ¿quieres que intercambiemos los relojes este finde?". Yo tenía un Casio súper molón que me había traído mi padre de sus viajes por los Mares del Sur, así que aquella pregunta no me chocó tanto y me pareció natural que el chico quisiera presumir con mi reloj delante de sus amigos de tenis. 


-Vale, - contesté yo, sonriente- pero el lunes me lo devuelves.


Todos los demás niños se giraron hacia nosotros con los ojos muy abiertos para no perderse detalle de nuestra conversación, cosa que yo no terminaba de comprender muy bien pero que me hizo feliz por ser el centro de atención aunque fuera por un ratito.

El intercambio se llevó a cabo, pasó la noche del viernes y el sábado por la mañana ya me había arrepentido. El reloj de Adolfo era grande, demasiado para mi muñeca minúscula y debilucha. Además era negro, feo y con unos botoncitos que se me enganchaban en la ropa y en el pelo cada vez que yo me movía, por lo que decidí guardarlo en un cajón hasta el lunes. Total, Adolfo no se iba a enterar.
Me puse a ver los dibujos animados y de pronto llamaron a la puerta y mi mejor amiga entró corriendo en mi habitación, saltando histérica. Le pregunté que a qué venía tanto alboroto y ella me respondió, mirándome como si fuese lo más evidente del mundo: "PUES QUE TIENES NOVIO".


- ¿Pero qué novio?,- respondí yo, divertida y extrañada. -si a mí no me gusta nadie. 
Ya lo tenía yo  todo cristalino por entonces. 

- ¿Pero no te ha dado Adolfo su reloj?".


Me quedé pasmada con esa cara de estupor idiota ante lo sorprendente que me caracteriza, 
y entonces algo hizo clic en mi mente y lo comprendí. El intercambio de relojes era en realidad una táctica ancestral de acercamiento romántico de la que yo no había sido consciente hasta ese momento, y de la que había participado sin querer tan sólo por ser maja.


Así que encima a Adolfo ni siquiera le gustaba mi reloj.

Estuve un rato pensando en cómo me enfrentaría al problema el lunes, cuando viese al chaval. ¿Le digo que nuestros mundos son muy diferentes y que nuestro amor nos haría desdichados? ¿Que quiero centrarme en mi carrera y sacar todo sobresalientes? ¿Que nuestras familias no verían bien nuestra historia?
Al final opté por decirle la verdad: que no sabía lo del intercambio y que me parecía fatal que no hubiese sido claro, porque encima yo no quería para nada su reloj.  O sea que además de romperle el corazón, le eché la bronca.

Y aunque ahora me entre la risa floja cuando me acuerdo y piense que fui un poco cabrona, la verdad es que no me arrepiento. Me sigue gustando muy poco que me mareen.


Y así me va. Ya nadie quiere intercambiarme nada.




PD: Adolfo, si me lees, espero que encontrases a una chica maravillosa que quisiera llevar tu horroroso reloj. No fui digna, de verdad.