15 julio 2013

Rubia de bote.

Hay una leyenda urbana que dice que si lees a Saramago o a Cortázar se te pone cara de inteligente.  En cambio, si tus lecturas habituales son chick lits del tipo Bridget Jones, comenzarán a salirte las mismas arrugas que a Belén Esteban y todos empezarán a pensar que eres tonta.

Pasa algo parecido con el cine, la música o la televisión: ni se os ocurra reconocer que veis Glee o cualquier serie de Antena3, pues el linchamiento popular será de órdago. NADIE ve el Barco. NADIE deja jamás los programas nocturnos de Tele5, ni siquiera hace zapping pasando por dicho canal: los mandos de las personas inteligentes se lo saltan automáticamente.
Del mismo modo es impensable que alguien con estudios y un mínimo de cerebro tenga algún mp3 de Jennifer Lopez o Pitbull. Si acaso escuchará Love of Lesbian, Russian Red  o Vetusta Morla, y llenarán  así sus listas de Spotify  y sus cuentas de Fb y Tw de modernismo.

¿Por qué? ¿Qué es lo que tenemos que demostrar? ¿Por qué nos cuesta tan poco prejuzgar y nos cuesta tanto ser tolerantes con otras formas de ver  y disfrutar la vida?

Hace tiempo hablé en un post acerca de algo que me pasó con Bunbury, cuando dije que sus letras me parecían complicadas e insípidas y que Maldito Duende no hay quien carajo la entienda. Por entonces ya compararon mi capacidad intelectual con la de un caracol, (cosa que personalmente me parece bonico y adorable, me gustan los caracolses) y hoy me ha vuelto a pasar con un libro. En el post de Sil acerca de Todo lo que era sólido dejé un comentario inocente y jocoso diciendo que puede que lo lea aunque dudo que me guste, ya que yo prefiero otro tipo de lecturas más ligeras, y alguien me ha soltado así de mala manera que no me infravalore ni hable como una rubia de bote.

Y me cabrea, claro. Porque no comprendo qué tendrá que ver disfrutar de algo con ser más o menos inteligente. Yo he leído mucho a lo largo de mi vida, literatura de muchos tipos y de diversas "densidades":  La Odisea, la Eneida, el Mundo de Sofía, casi todos los clásicos españoles (Unamuno, Clarín, Cervantes, Arcipreste de Hita, Jorge Manrique,  Fernando de Rojas, Calderón, Quevedo, Góngora, Bécquer y cía), algunos de Shakespeare, Dante, Allan Poe, Conan Doyle, Kafka, Julio Verne, Isaac Asimov, Hemingway, Umberto Eco, Lovecraft, Orwell, Jane Austen, Tolkien, Reverte, Matilde Asensi, Barbara Wood, Stephen King, García Marquez, Delibes, las hermanas Bronte, Roal Dahl, Agatha Christie, Pratchett y un largo etc. Creo que se nota por mi manera de escribir y de expresarme que tengo inquietudes intelectuales -más o menos inteligentes según quién me mire, claro-, y que me gusta leer porque mantiene mi mente ágil y despierta.

Y gracias a que me gusta leer y que disfruto horrores desparramándome en la cama con mi e-reader (aparato del mal que, por lo visto, tampoco está bien visto por los defensores del postureo literario), tengo la capacidad de elección y criterio suficiente como para deleitarme tanto con el descenso al infierno de Dante como con Bridget Jones atiborrándose de helado y llorando a moco tendido por Daniel Cleaver.

Yo soy un poco así, compleja y Bambi. Me gusta la buena literatura pero también adoro hacer el payaso y dibujar ovejas felices. A veces estoy seria y otras llevo mi pavo con orgullo.
Y me importa un peo lo que piensen de mí cuando veo Glee y lloro como una magdalena, cuando me emociono con los programas de bodas de Divinity, cuando bailo Uno, Doh, Treh, Cuatro, I know you want me... moviendo el culo en la feria o cuando reconozco que el Péndulo de Focault me parece un tostón infumable.

No tengo nada que demostrar ni nadie tiene el derecho y la capacidad real de juzgarme; allá cada cual con sus intelectualidades y sus modernismos. No creo que leer novelas ligeras en verano, cuando me voy de vacaciones a la playa, sea infravalorarme en absoluto. 

Y si parezco una rubia de bote, que sepas que tengo el chochomorenote  corazón contento y lleno de alegría.