27 noviembre 2012

Memoria.

Hay gente que tiene memoria olfativa o memoria musical; gente que se vuelve cuando alguien pasa por su lado dejando una estela de perfume que les resulta familiar, o que llora cuando suena una canción que le recuerda a alguien especial. 
Me fascina esto de la memoria, esa capacidad que tenemos de volver atrás y revivir mil historias lejanas como si hubiesen sucedido ayer. Lo curioso y caprichoso de nuestros recuerdos, que tan sólo guardan lo que les interesa de ese pasado que rememoramos. 

Yo tengo memoria gamer. Juegos que me hacen recordar momentos, personas, sentimientos pasados. Fases en las que revivo etapas de mi vida en las que era más feliz, o más triste, o simplemente diferente a la que soy ahora. 

Cuando alguien me habla del Spectrum no puedo más que acordarme de mi tío y del Fred, aquel juego que tenía en esa consola primigenia con la que jugábamos medio a escondidas de mi abuela justo antes de comer, los domingos. Recuerdo con qué cuidado manejaba mi tío los cartuchos, con cuánto cariño me enseñaba a jugar con el Spectrum y aquella paciencia que tenía que echarle (entonces tendría yo 5 o 6 años, entendedme) desde que metíamos el cartucho del juego hasta que éste terminaba de cargarse. 
Eran mañanas que olían a pan frito con azúcar. A risas flojas. A peleas medio en broma en el sofá. A chucherías.  A pirámides divididas por niveles repletos de momias, fantasmas y goterones de ácido. 

El Alex Kidd me hace viajar unos años adelante en el tiempo de mi infancia, a aquella época pre-adolescente en la que nos reuníamos en casa de mi amigo Jesús para merendar y jugar con la Master System II. Luego llegó la Super Nintendo, y con ella recuerdo las horas de Unirally, los piques por el salto perfecto, los karaokes, Modern Talking y el rol. El Donkey Kong, las clases de Filosofía, las notitas furtivas, las partidas de Tetris, Pang, Street Fighter y Bubble Bobble en las recreativas, las llamadas telefónicas durante horas que tanto cabreaban a mi madre, las primeras salidas nocturnas, la inocencia con la que todavía mirábamos al mundo. Los Toejam & Earl chocando esos cinco, ajenos a la destrucción de su planeta. La dulce Rosa. El Zelda.

Entonces llegué a la edad del pavo y, como en la vida real, estuve un tiempo buscando mi sitio en el mundo jugón y me costumbré a alquilar juegos para el fin de semana, con el fin de engancharme a alguno. Fue así como descubrí los Survival Horror y me sumergí en las calles grises de Silent Hill, maté zombis en los Resident Evil, subí hasta lo más alto de la Clock Tower, temblé de miedo con las niñas llorando de fondo en el Doom y me fui a dormir sintiéndome un poco más fuerte por haber destruído el mal con tanta eficacia. 

Y entonces llegó mi primer PC, y todo cambió. La edad del pavo quedó atrás, y con ella mis ansias de pelearme con el mundo y de destruir monstruos que me atormentaban. De esta forma me di cuenta de que necesitaba tranquilidad y estrujarme el coco, y me enganché a los juegos de estrategia en red y a las aventuras gráficas. De aquella etapa de mi vida recuerdo con cariño las tardes de Age of Empires II en el cíber de mi colega: partidas casi interminables en las que acabábamos con todos los recursos del mapa y con todas las cervezas de nuestras provisiones. O el Warcraft II y III. O los Broken Sword. O Indiana Jones dando caña con su látigo (ay omá, Indi). O a Lara Croft. O el Starcraft. Irme a la cama con "mi vida por Aiur" en la cabeza, repitiéndose una y otra vez entre sueños. Los primeros años de universidad. Los planes de futuro. Aquel cuento de la Lechera donde tenía mi futuro planeadísimo, milimétricamente controlado. El Sim City. Aquellas estrategias de batalla en las que, en teoría, nada podría fallar y me haría con el control del mapa de mi vida. El primer amor. Las sagas que le sucedieron. Los Sims o cómo tener mi primer apartamento (y llenarlo de perros y de sofás de color morado). Los viajes. Los primeros suspensos en Contabilidad y las primeras derrotas en el Quake.  El Diablo II. El Última Online o la maravillosa historia de cómo me mató un pollo cuando iba desnuda por el bosque. Los Final Fantasy.

Cuando empecé a trabajar y me mudé a Barcelona mi faceta gamer se vio altamente perjudicada por la falta de tiempo. Pero aún así siempre sacaba un rato para rebajar tensiones matando elfas rubias en el Lineage II o en el Wow. Los MMORPG llegaron a mi vida pisando fuerte, y así fue como yo me ponía el despertador a las siete para ir a matar rares antes que nadie, luciendo mis ojeras con orgullo en el curro. Aprendí el valor del esfuerzo y del sacrificio, y me gané mis primeros sueldos en la vida 2.0 y en la Real Life. Y de entonces guardo infinidad de buenos recuerdos, que son los que trato de retener por encima de todo lo demás: las risas con los de la guild Las Ratas de Agua, las muertes tontas en grupo, los asedios, las raids, los paseos por la Ciutadella, los amigos online, los kilómetros que no son tantos gracias a la red de redes, los bombones de cereza y licor de Rambla Cataluña.


Como os decía, tengo memoria gamer. Y estoy segura de que algún día, dentro de unos años, alguien me dirá que se ha enganchado al LoL o al Guild Wars 2 y yo sonreiré acordándome de esa etapa de mi vida en la que pateaba culos con mi Guardiana o inundaba el mapa de wards con Soraka mientras alguien me decía "omg noob report Soraka never help". Días de Steam raros y grises con futuro incierto, pero que también pasarán. Como todo.


Insert coin!




23 noviembre 2012

Una de garbanzos

Yo ya debería estar acostumbrada a los expedientes-x de mi vida, pero no: no dejo de sorprenderme con esos fenómenos paranormales que me acontecen de vez en cuando y que me dejan con el culo torcío.

Seguramente y si me leéis con frecuencia recordaréis el episodio de mi bolso arregla-cosas, ¿verdad? Pues bien, tengo una nueva historia que contaros. 

Las dos últimas semanas han estado caracterizadas por fuertes lluvias e inundaciones en mi ciudad, y como Martín (mi coche) tenía un problemilla con los desagües, con tanta agua se acabó inundando. Cuando dejó de llover hubo que secarlo todo por dentro, limpiar las alfombrillas y pasar balletas súper absorbentes por doquier. El caso es que en esta limpieza a fondo descubrí algo que me dejó muerta: debajo del asiento del conductor había una bolsa de garbanzos. UNA BOLSA DE GARBANZOS, y encima abierta. Yo, que jamás he comprado/cocinado garbanzos, he estado no sé cuántos años conduciendo con mi culo serrano sentado sobre una bolsa de dichas legumbres. Bolsa que, todo sea dicho, no tengo ni la más remota idea de cómo ha llegado hasta ahí, si tampoco recuerdo que nadie se haya subido a mi coche con comida.

Y como podréis imaginar, me he quedado rallada y confundida. ¿Es una nueva maldición gitana? ¿Me han echado mal de garbanzos? ¿Es parte de un ritual satánico? ¿Alguien los puso ahí para bendecirme? ¿En mi coche crecen garbanzos? ¿Nos encontramos ante un posible apocalipsis garbanzo? ¿Nos están invadiendo? ¿Me ha visitado el hada de los garbanzos? (esta explicación me la dio @Eriborn en twitter y sin duda es la más tranquilizadora)


Sea como sea, ahora estoy paranoica y veo garbanzos por todas partes. Tened cuidado; de momento he descubierto que están ahí, entre nosotros, fuera de la olla... y puede que sea sólo el principio.


20 noviembre 2012

Lo que más me molesta de un blog personal

Llevo ya seis añazos en esto de los blogses. No sólo escribiendo en Una de Rizos..., sino también como lectora y comentarista de muchísimos otros blogs. Y sin duda mis favoritos son los personales. Llamadme voyeú o lo que queráis, pero me encanta cotillear en la vida y pensamientos de otra gente; ponerme en su pellejo durante unos minutos, tratar de imaginar cómo será el mundo que rodea al autor del post. Es un poco como adentrarte en esos libros de aventuras donde te identificabas con el protagonista y vivías mil historias a su lado, pero sin salir de casa. 

No es necesario ser un erudito para enseñar algo a los demás, y con todos los blogs que sigo de forma más o menos fiel he aprendido muchas cosas. He viajado a través de sus letras, he sufrido con sus preocupaciones y problemas, he conocido a personas maravillosas tanto física como virtualmente, he tenido la oportunidad de enfrentarme a la vida desde otros puntos de vista completamente distintos al mío. 
Y es por todo eso que a veces me topo con algunos blogs (o con algunos posts determinados dentro de un blog que, en general, me gusta) que me chirrían y me hacen arrugar la nariz cosa fina. Porque me da coraje que se carguen algo que puede llegar a ser muy bonito y enriquecedor, al fin y al cabo. Por ejemplo:

-No soporto a los que pretenden tener 45.678 comentarios nada más empezar. A todos nos gusta que nos lean, claro, pero pretender hacerte famoso y popular de la noche a la mañana llega a ser irritante para los que empiezan a leerte. Que digas cosas como "ah, y por favor, no os olvidéis de comentar, anda porfa porfa" o "compartidlo en las redes sociales" al final de cada entrada, cansa. Más que nada porque yo como lectora te comentaré cuando tenga algo que decir, pero no obligada. Los comentarios por obligación son caca, y ni siquiera te convienen. Ansiosos, que sois unos ansiosos.

-Ese rollo dramático en el que ahora estás, ahora te vas, ahora vuelves, es una chorrez como un piano. NO SOPORTO A LOS QUE QUIEREN DAR PENA. Que si antes me leíais más y ahora no tengo motivación, que si ya no tiene sentido seguir escribiendo, que si ahora me voy para no volver. Y a los dos días vuelves, claro, porque ves que los pocos lectores fieles que tenías te han pedido que no te vayas y claro, tú te debes a tu público. Venga ya, que es un blog. Si te motiva escribir, escribe. Si te cansas o no estás con ganas, déjalo. Y si lo dejas, que sea de verdad y no un truco para entristecer a los lectores y hacerles suplicar... que Cristal terminó ya hace unos añitos, no es por ná. No conviertas tu blog en una telenovela, o aquí servidora dejará de leerte. 

-Las mentiras. Seamos serios, aquí todo el mundo ha soltado cuentos chinos por internet, pero si me vienes en un post diciendo que tienes cáncer y que escribes para distraerte en tus últimos meses de vida, pueden pasar dos cosas: o bien que me lo crea, (cosa chunga si me estás mintiendo porque tarde o temprano se te verá el plumero) o bien que te mande al peo directamente. Y si te ganas la confianza de un lector tienes suerte, pero también la responsabilidad de conservarla. Si es que quieres que te sigan leyendo, claro. 

-Los errores ortográficos y/o gramaticales tremebundos. Siendo realista a todos se nos escapa alguna coma o algún acento de vez en cuando, pero si escribes sin prestarle atención a tu ortografía  y redacción al final acabas espantando a la peña. Yo no puedo con los hoygan, encerio. Tampoco puedo con textos plagados de comas innecesarias, con acentos inexistentes, con un solo párrafo interminable.

-El egocentrismo. Me abruma. Queda fatal que me soltéis así por las buenas que vuestro blog es el mejor blog del mundo mundial. Menos cuando lo digo yo, claro, que es verdad.

-Los compromisos. Yo soy una despistada y, por regla general, de todos los blogs que leo a diario al final acabo comentando en la mitad. Porque se me va, porque digo "luego le comento después de cenar", y después de cenar me pongo a jugar al LoL y se me olvida. Y por eso yo jamás le reprocharé a nadie que no me comente a mí. Tengo la suerte de conocer más o menos bien a casi todos mis comentaristas, bien sea gracias a las redes sociales o porque nos hemos visto en persona, y en esa pequeña "comunidad bloggeril"  en la que me muevo no tienen cabida los reproches o los compromisos. Seguir un blog no significa casarte con él y tener que cumplir a rajatabla con tus deberes conyugales. Seguir un blog indica interés, quiere decir que me gusta lo que dices y que me pasaré por tu blog a menudo porque me molas. Pero si algún día noto que te molesta que me haya olvidado de leer tu última entrada, o si veo que por no comentarte todos los días dejas de comentarme a mí en plan venganza, te mando al carajo ipso facto. Esto es más o menos como el followback de Twitter; esa rabieta niñatil de "si no me sigues, te dejo de seguir". Pues ala, majo, que te vaya bonito.



Y con esto que he soltado creo que por ahora ya me quedo tranquila, y dejo claro que si antes leía tu blog y ahora ya no lo hago no debes tomártelo como algo personal: seguramente ha sucedido algo de lo anteriormente explicado. Yo es que con algunas cosas no puedo, no puedo.


Oveja con cara de ira porque ha leído algo en un blog que no le ha gustado nada.

11 noviembre 2012

Lindo.

No quiero escribir una entrada triste. No quiero, pero me cuesta mucho: aún no he asimilado que ya no estás. Que tú, que formaste parte de mi infancia y adolescencia, te has ido para siempre de una forma tan precipitada.

De todo esto saco la conclusión de siempre: basta ya de dejar que la vida se nos escurra entre los dedos. Exprimámosla, bebámonosla a sorbos con cuidado de no desperdiciar ni una gota porque es breve, intensa y valiosa. Todos esos problemas y preocupaciones que ocupan nuestro día a día no son tan importantes, al final. Parece que sólo nos acordamos cuando pasa algo malo, y hoy más que nunca me siento estúpida por ello. 

En fin, no soy capaz de decir mucho más. Tan sólo que te voy a echar mucho de menos, Dani. Que mis cumpleaños no serán lo mismo sin esos pintalabios azules y morados que me regalabas, mi twitter se quedará soso sin tus pensamientos filosóficos y canciones ñoñas y en el grupo de amigos de siempre dejas un hueco enorme y mil recuerdos maravillosos. Gracias por todo lo que nos has aportado, incluso aunque siempre me ganaras al Mentiroso.

Cuídate mucho allí donde estés; nos vemos pronto. Un beso morado.


04 noviembre 2012

Nota de prensa


Seré breve: mañana tengo una entrevista importante de la que puede que dependa mi futuro. 
Necesito toda la buena suerte del mundo, así que ya podéis estar rezando, encendiendo velas, cruzando dedos o lo que quiera que hagáis para desearle suerte a alguien :DDD



Ya os contaré. ¡Muaks!