Ya lo dije en algún otro post; supongo que es algo común en los humanos: tenemos algo de animal en nuestro comportamiento que nos hace defender nuestro espacio personal ante desconocidos. Marcar territorio de forma inconsciente... y por eso nunca nos sentamos al lado de un extraño en el autobús o en el parque, si es que hay otro asiento libre y aislado unos metros más allá.
Ella es diferente. Me la topé por primera vez hace algunos años, una tarde que iba en autobús al centro. Era temprano para ser hora punta y la mayoría de los asientos estaban desocupados, así que cuando ella se subió en la parada siguiente a la mía supuse que se sentaría en cualquiera menos en el que lo hizo: a mi lado.
Al principio me sentí algo incómoda, como... atacada. Es difícil de explicar, pero tenía la sensación de estar a la defensiva ante esa extraña que invadía mi espacio personal sin razón aparente. Porque cuando no hay asientos libres y el autobús va de bote en bote, lo esperas... pero esa tarde su elección del asiento no podía ser injustificada: quería viajar a mi lado.
Era una mujer joven de aspecto agradable, aunque no especialmente guapa. Vestía ropa colorida y alegre, tenía el pelo recogido en una coleta y escuchaba música con sus walkman a un volumen lo suficientemente alto como para que la escuchase.
Pero sin duda el rasgo más característico de aquella muchacha, lo que más captó mi atención, fue su olor. No olía a perfume, (al menos a ningún perfume que yo conozca) sino a hierba mojada. A lluvia. Seguro que si cerráis los ojos y os concentráis, encontraréis en vuestra memoria olfativa ese aroma tan delicioso, tan relajante...
Inspiré profundamente para llenar mis pulmones de aquel rocío en forma de mujer que tarareaba en voz baja mirando por la ventanilla, ajena al mundo, y bajé la guardia. Escondí las uñas porque comprendí que esa persona no suponía ningún tipo de amenaza: tan sólo era una chica que viajaba a mi lado.
Y el resto del trayecto lo pasé en silencio, contemplando el paisaje por el ventanal y escuchando de fondo la música de los walkman de la misteriosa mujer.
Se bajó dos paradas antes que yo sin decirme ni una sola palabra... tan sólo dejando la estela de olor a lluvia tras de sí.
Hace algunas semanas me la volví a encontrar. Yo estaba sentada en un banco del paseo marítimo de mi ciudad, contemplando el amanecer con los ojos todavía medio cerrados y una sombra oscura dándome vueltas por el corazón.
A mi alrededor sólo había calma y murmullo de olas, y una humedad fría y cruel que mojaba sin piedad las farolas y mis ojos.
Contemplaba las gaviotas volando en círculos y a los primeros madrugadores del día haciendo deporte por la orilla, valientes, y recordaba sin poder evitarlo aquellos paisajes matutinos tan diferentes en los que fui tan feliz, aunque fuese por unos meses.
Me pilló distraída y cabizbaja y por eso no la vi acercarse y sentarse en mi banco, a una distancia prudencial pero no lo suficientemente amplia como para evitar que me encontrase con su olor, de nuevo. Cerré los ojos todavía sin mirarla e inspiré, reconociéndola al instante y sorprendiéndome sin saber si alegrarme o asustarme de su llegada.
Y la lluvia ni siquiera me saludó. Seguía llevando el walkman encendido y la mirada perdida, aunque esta vez vestía un chaquetón de color morado con capucha con la que se tapaba parte del rostro y por la que se escapaban algunos mechones rubios despeinados. Se echó hacia atrás en el banco, acomodándose lo mejor que pudo, y entrecerró los ojos para contemplar el mar en silencio.
Yo no supe qué hacer. Por un instante casi me levanto del banco y me alejo en busca de otro, algo incómoda... pero volví a razonar y pensé que no tenía motivos para asustarme. Que era sólo una chica; alguien que, como yo y por alguna razón, necesitaba estar allí.
Pasaron veinte o treinta minutos en los que yo no me moví y la chica estuvo sumida en su trance particular, hasta que de pronto se levantó y se encaminó hasta el quiosco del paseo. Se compró un refresco y, para beberlo, se sentó junto a una pareja de ancianos que daban de comer a las palomas. Cerca, muy cerca de ellos. Incluso les saludó y les sonrió, amable.
Desapareció dos calles más allá media hora después.
Todavía no comprendo por qué esa chica con olor a lluvia va siempre buscando un asiento libre junto a desconocidos. Seguro que muchos de ellos alguna vez se han sentido violentados y se han levantado, prudentes.
Pero de lo que estoy segura es que aquella mañana, contemplando las olas junto a mi amiga desconocida y escuchando su música tranquila y dulce de fondo, dejé de sentirme sola por unos minutos y la humedad de mi alma dejó de dolerme.
Quizá yo también pruebe a sentarme junto a alguien la próxima vez.
Como te he dicho hace na y menos, yo también tengo una historia con un pasajero de bus. En mi caso era un señor mayor. No lo he vuelto a ver. Y no sé cómo se llamaba, pero yo siempre lo llamé Ángel.
ResponderEliminarante historias asi no se puede decir mucho...
ResponderEliminarasi que mejor me callo y dejo que sigas aspirando el aroma, vale?
Besoooos
Yo tambien voy a probar a compartir soledades.
ResponderEliminarNo de esa manera, pero me ha pasado varias veces en el tren:
ResponderEliminaralgún desconocido, desde unos asientos más allá, me pregunta algo. Le contesto, me contesta, me vuelve a contestar y se sienta enfrente mío.
Pero claro, es que los trenes no son de este mundo.
Besitos.
Es la historia mejor relatada y más bonita (aunque llena de "asociabilidad" yo también me hubiera espantado si en un autobús casi vacío ´invaden mi espacio´), que he leído hace mucho tiempo.
ResponderEliminarNiña, tú tienes un don.
No dejes de contarnos estas perlas cotidianas con tanto lirismo.
Estoy absolutamente "enamorada" de mis dos descubrimientos barceloneses: Tú y antes Jantón, ahora Bérnicus.
Hola¡¡¡¡
ResponderEliminarQue tal??? hace muy poquito nos hemos conocido en casa de un amigo común¡¡¡¡ ya te daré más señas¡¡
Oye me he pasado por tu blog, por supuesto te he votado y sobretodo, enhorabuena por el blog, me parece buenísimo¡¡
saludos¡¡
Sil: Queremos escuchar (leer) esa historia misteriosa yaaaa!!! Que se te da genial eso de dejarnos con la intriga, jodía :P MUAKS!
ResponderEliminarEingel: Pues otro besazo para ti :*
Ana Rosa: ¿Sí? Pues a ver cómo nos sale el asunto... esperemos que nadie se asuste y nos eche a bolsazos del banco :P Un abrazo.
Cris: Los trenes tienen un yo-qué-sé que me encanta, son... mágicos. Ojalá algún día os pueda contar alguna historia maravillosa de mis viajes sobre raíles. Un beso.
Fiebre: Paisana, me vas a poner colorá... Me alegro mucho de que te haya gustado la historia. Pero eso sí, que yo no soy de Barcelona, primor... soy Paleña pura cepaaa ^_^ Y coincido contigo: Bernicus es un encanto. Como tú ;)
Noeki: ¡Hola! Pues menudo misterio, chica... jajajaja Me he pasado un rato intentando adivinar tu identidad, sin éxito :P Ya me cuentas, ¿eh? Un besote y gracias por tus cumplidos (y por el voto, of course)
Te envidio, Rizosa, te lo digo de verdad. Envidio tu forma de narrar sentimientos haciéndolos visibles y palpables como si describieras un cuadro o un paisaje.
ResponderEliminarEnvidio tu lirismo y tu sensibilidad. Ya me gustaría a mí escribir así y emocionar así a mis lectores
También envidio tu melena rizada pero eso va a ser que con mi incipiente calvicie mejor me vaya olvidando.
Un fuerte fuerte abrazo.
Me ha encantado, es muy... apacible, no sé, agradable de leer aquí pegado al radiador pensando en el calor humano. Si la vuelves a ver, espero que hables con ella, una historia tan cálida no puede quedar así. :-)
ResponderEliminarBérnicus: No me envidies tanto, que tú también sabes cómo ponernos tontorrones a todos... :P Y lo de los rizos... no te veo en plan Bisbal, no. Y mira que no te conozco en persona XD
ResponderEliminarUn besote.
X: Me alegro de que te haya gustado. Espero volver a verla, sin duda, porque tienes razón en que no puede quedar así: ya por curiosidad necesito hablar con ella, vamos xD Un abrazo :)
¡Vamos, que la historia me ha enganchao!
ResponderEliminarY que si la ves en la línea del 3..¡me llames!