09 agosto 2009

Sangre y arena.

Nadie podría negar que en la plaza de toros fue el mejor de Andalucía. Se ganó los primeros aplausos de centenares -miles- de personas que se desvivieron por ir a verle debutar. Ninguno de sus compañeros, que no eran capaces ni de mirarle a los ojos sin desparramar admiración por la boca, dudaría jamás de que si alguien era capaz de hacer del toreo algo elegante y con clase... ese era él.

El Moreno, le llamaban. Tenía la piel curtida por muchas horas de sol y de campo, y en la mirada guardaba algún tipo de emoción contenida que despistaba a las personas que trataban de adivinar sus pensamientos. Era como si guardase un secreto, una ilusión, un sueño.

Su familia le mimaba y le bañaba en ánimos: eres el mejor, algún día serás leyenda.

Y lo fue.
La tarde de su debut se había presentado ufano, guapo, sacando pecho. Se llenó los oídos de aplausos y ovaciones sinceras, orgulloso, y supo que había llegado el momento. Miró a su compañero y enemigo de corrida a los ojos, sin vacilar ni un instante. Consciente de que cualquier error podría resultar fatal.
Estaba dispuesto a todo, tal y como le habían enseñado desde pequeño. Era su destino, a fin de cuentas... y estaba decidido a cubrirse de gloria y demostrarle a todos lo que era capaz de hacer.


Dos minutos pasaron mientras que ellos dos, hombre y bestia, bailaban juntos en silencio sobre la arena. Nadie respiraba, ni siquiera las chicharras ni las palomas que se posaron sobre el tejadillo de la plaza.

Y entonces sucedió algo que lo cambió todo. O quizá es que lo que les guardaba el destino fuese aquello que nadie podría haber imaginado nunca: que Moreno tuvo que elegir por un instante entre ser leyenda o ser él mismo; y tras inspirar hondo y dedicarle una última mirada de lástima al griterío de gente que se levantaba de golpe con los ojos muy abiertos, se volvió hacia el torero con el corazón latiéndole muy deprisa y le asestó una fuerte cornada en el pecho, lanzándolo por los aires con toda su furia e inundándolo todo de olor a sangre y arena.

Iba a morir de todos modos, y al menos así lo haría actuando como lo que verdaderamente era: un animal, y no un fantoche. Ojalá todos los que gritaban en aquel momento, histéricos, fuesen capaces de hacer lo mismo llegado el momento.



9 comentarios:

  1. que tristeza de espectáculo

    Un beso

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  2. Me has dejado descuadrá chiquilla, por un momentín n´á más.

    No sé, no te hacía una fan de la cosa taurina y me imaginaba ya sacándote el abono para la feria de Málaga y pensando que mi psicología bloguera no era tal.

    ;)

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  3. Con dos cohones :P

    Buena maniobra de despiste, bien relatado y con la tensión hasta el último instante. Por un momento quise que el moreno fuese atravesado por un cuerno, pero era él quien debía atravesar : )

    Un beso (y un toque)

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  4. Lástima que sólo muera uno de vez en cuando...

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  5. Como dijo un torero: en dos palabras...im-presionante, jeje.

    En serio me has dejado sin palabras, pero te mereces un aplauso blogero.

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  6. No comparto tu opinión sobre los toros (para gustos hay colores), pero me ha gustado mucho tu relato. El giro inesperado que le das es muy bueno, sí señor. Un saludo!!!

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  7. No soy taurina, no, en absoluto.

    Es más, creo sin ambages que ese espectáculo debiera desaparecer.

    Me llama sin embargo la atención que la mayoría de los antitaurinos se alegren de la muerte de los toreros. Se supone, como tantas otras cosas, el valor de los soldados, o la honestidad de los esposos, solo se supone, que no deberían alegrarse de la muerte de nadie.

    Respecto al relato, fantástico. Esa tensión, esa sorprendente vuelta de tuerca a la trama, todo me ha gustado mucho.

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  8. A mi los toros me parecen también una tortura socialmente aceptada.
    Me alegro que hayas vuelto de las vacas cargada como las pilas del conejito

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