25 octubre 2013

You must remember this.


¡Buenas!

Sé que es tontá que te lo diga por aquí... pero que sepas que ayer, por fin, vi Casablanca. Después de que te pasaras meses dándome la tabarra con la peli asegurándome que era una maravilla, que era imperdonable que no la hubiese visto nunca y que As Time Goes By te sigue poniendo la piel de gallina cada vez que la escuchas. Tras tantos años relacionando  inconscientemente tu voz con la de Humphrey Bogart, mi tristeza con la de Ingrid Bergman, el Café de Rick con aquel piso donde vivimos y  el "siempre tendremos París" con nuestra despedida, ayer por fin comprendí que todo era una mentira.


Que la memoria es un poco mamona y se queda sólo con lo que le conviene, maquillando los recuerdos aquí y allá y disfrazando la amargura de melancolía  en blanco y negro conforme más y más tiempo pasa. He estado mucho tiempo viviendo de recuerdos falsos, ahora lo tengo claro. Has sido un fantasma que se aferró a mí sin seguir su camino, y me alegro de poder por fin romper esa maldición y continuar sin la espinita de Casablanca sobre mis hombros.

Porque Casablanca, mira tú por donde, no me gustó. No soporto a esas personas que le rompen el corazón a la persona que aman tan sólo porque creen saber qué es lo mejor para ella. Tal y como hiciste tú conmigo, imitando esa pose manida y soberbia del Rick de Casablanca y creyéndote mi salvador. 
¿Sabes? No creo que Humphrey y tú tengáis nada que ver. Bueno, quizá en una cosa: ninguno de los dos me gustáis. Ni tampoco As Time Goes By, por muy Sinatra que sea.

Ya no. 


16 octubre 2013

Las puertas del mal.

De verdad, no gano pa sustos. 
Ya os lo he dicho otras veces y aquí nadie me hace caso, pero mi vida está llena de Expedientes-X. 
Esta vez se trata de un posterguei de esos, que me tiene negra ya y que ha conseguido que mi familia me tache de loca. 
La cuestión es que el armarito de mi cuarto de baño se abre solo, durante la noche. Cada madrugada, cuando me voy a acostar, entro en el baño a lavarme los dientes y me aseguro de que todo esté en orden y el armario se quede cerrado, y cada mañana cuando me levanto me lo encuentro abierto de par en par. Teniendo en cuenta que tan sólo yo uso ese baño el asunto es inquietante, cuanto menos. 

Se lo comenté a mi madre la segunda o tercera vez que me pasó y ella se descojonó primero y me regañó por pensar estupideces, después.... y mi padre ya hace chistes sobre el tema a la hora de la comida.  Así que está claro que estoy sola en esto. Quien quiera (o lo que quiera) que abra las puertas del armarito ha conseguido aislarme y que nadie me crea. Ya no digo nada cuando lo sobrenatural sucede porque total, se van a reír de mí. Esto es algo que tengo que lidiar por mí misma. 
Ahora que una cosa sí que os digo: así empiezan todas las víctimas de las pelis de miedo, y acaban descuartizadas y semidesnudas en un bosquecillo. 

En twitter (porque fui a contároslo muy asustada hace unos días) me habéis sugerido mil soluciones para desentrañar el misterio, tales como comprobar que el armario no esté inclinado y que las puertas se abran por pura gravedad, o pegarlas con celo a ver si el fantasma tiene narices de abrirlas. 
Pienso estudiarlo a fondo. Esta noche voy a pegarlas con celo muy fuerte, y a ver si tiene lo que hay que tener para amanecer abierto mañana.

Si algún día dejo de escribir en el blog, que sepáis que el armarito del baño me ha engullido.

Este es el armario del mal. Lo de abajo son los pantalones de mi pijama.

05 octubre 2013

Esos peludos.

Hoy se ha muerto la perrita de una mujer maravillosa. Se llama Bea, como yo, y adoraba a esa perra. Se ha desvivido durante meses por cuidarla y mimarla, y se alegraba cuando conseguía que el animal comiese un pedacito de carne igual que una madre se alegra cuando su hijo consigue alimentarse bien después de estar enfermo. 

Yo sé lo que es querer a un animal. Hace ya más de un año que se murió mi Cholo, y todavía le echo de menos y casi me parece que sigue dando trotes por la casa, de vez en cuando. Quien nunca haya tenido un perro o un gato es incapaz de conocer todo el cariño que te transmiten estos bichos, todo lo que te hacen sentir. Esa necesidad de protección que nos inspiran y lo frágiles que les vemos, adorándonos, idolatrándonos, convirtiéndonos en sus héroes. Admirándonos incondicionalmente. Queriéndonos de una forma tan sincera, limpia y desinteresada que difícilmente podría compararse con el amor que profesamos los humanos. 

Y sí, claro, sólo son animales. Obviamente les sobreprotegemos, les mimamos en demasía y quizá nos pasamos con nuestra ansia protectora, pero no hay mejor equivocación: los animales nos hacen ser mejor persona.
Yo siempre he creído (y lo defenderé por más argumentos en contra que me den) que alguien que es capaz de amar a un animal no puede ser mala persona. Alguien que se preocupa por un ser peludo y baboso, que le cuida, que disfruta de su compañía, que se emociona con sus lametones y muestras de cariño, que sufre con su dolor, tiene algo especial en su manera de ver el mundo que le hace ser más bondadoso y empático con las demás personas. Verdaderamente no me imagino a un maltratador, a una asesina o a alguien frío y calculador incapaz de sentir nada por nadie cuidando de un perrito con cariño. 
Y puede que me equivoque, pero hasta hoy mi experiencia me ha demostrado que es así e inconscientemente en mi mente hago esa calificación cuando conozco a alguien: si tiene mascota y la quiere, es buena gente, del mismo modo que mis alarmas se disparan cuando conozco a alguien que desprecia a un perro o un gato.


Bea es muy buena gente. Igual que Casiopea, mi amiga y "mami" de cuatro gatos. Que otros pueden llamarla así, "la loca de los gatos", pero que a mí me enternece. Igual que Alejandro, que sube fotos de su "gordita" a Instagram día sí y día no.  O Mariajesú, con su Neko, el labrador  de su fondo de twitter que me tiene enamorá.
Porque no hay mejor locura que amar a los animales. No hay extravagancia más deliciosa que desvivirnos por un bicho, por canalizar de forma tan dulce nuestro cariño y de perder la cabeza por ellos. 


Le mando un besazo gigante a Bea, que sé que ahora mismo lo necesitará. Tu Dolly tuvo mucha suerte de tenerte, igual que tú de haberla tenido a ella. 

Y vosotros, los que me leéis, haceos el favor de ser inteligentes y amar a un animal. Porque si conseguís tener la gran suerte de ser el objeto de devoción de un perro o de un gato, veréis que os hacen el mayor regalo que nadie os podrá regalar nunca: su poco tiempo.



03 octubre 2013

La sinceridad de la educación.

Buenos días, hermosos. 
Hoy vengo a contaros una cosa y a pediros vuestra opinión, porque estoy algo preocupada por un asuntillo y puede que vosotros, que sé que me queréis taco, pudieseis echarme un cable.


Pues bien. La cuestión es que en menos de un mes me han dicho que soy "demasiado sincera" dos veces, dos personas distintas.  
La primera vez me pasó con Jesús, un amigo mío de los de toda la vida. De hecho es, literalmente, mi amigo desde hace 26 años, así que os podréis imaginar la confianza que tengo con él.  
Jesús es un frikazo de manual, y con él me he pasado noches enteras jugando a la Nintendo 64 y las tardes de lluvia haciendo rodar dados de rol. Hemos crecido juntos, y por eso siento que con él puedo ser siempre yo misma sin temor a meter la pata.

La cuestión es que el otro día me avisó por skype a eso de las 3 de la tarde de que me iba a llamar por la noche, cuando volviese a casa del curro, que quería comentarme un asuntillo. Yo le dije que estupendo, que hablaríamos entonces porque yo no iba a salir esa noche.
Pero dio la casualidad de que cuando me llamó yo estaba en mitad de una partida de LOL. Para los que no sepáis de qué va el juego, os diré que este tipo de juegos no se pueden parar, sino que si me salgo no sólo le hago una faena al resto de mi equipo, sino que me pueden penalizar. 
Así que dejé que el teléfono sonara durante unos minutos, (me volvió a llamar después de que saltara el contestador la primera vez) y pensé, para mis adentros, que le llamaría de vuelta en cuanto acabara, en 5 o 10 minutos.

Pero Jesús debió creer que yo tenía el móvil en silencio, porque siguió llamándome una y otra vez, hasta que yo colgué en una de esas veces a ver si así captaba que no estaba disponible. Y no lo captó, porque entonces llamó a mi casa, al fijo. Respondió mi madre, que vino a mi habitación a informarme de que Jesús preguntaba por mí. Justo en ese momento terminaba yo la partida, así que entonces ya me puse al teléfono. Y, a modo de disculpa, le comenté la verdad, que me había pillado en mitad de una partida de LOL y que ahora le iba a llamar de vuelta.

Lo que más me sorprendió fue su respuesta: -¡jajaja! ¡Así me gusta, con sinceridad!.
En ese momento me quedé un poco cortada. ¿Acaso esperaba otra cosa de mí? ¿Es que lo normal hubiese sido inventarme una excusa tonta, del tipo "estaba en el baño" "estaba indispuesta" "estaba comiéndome mis apuntes"?  No sé, a mí nunca se me habría ocurrido contarle a Jesús nada que no fuese la verdad, porque vaya, creo que nadie mejor que él para entenderlo. Y confié en que así fuera, que lo habría entendido y que realmente no estaba algo molesto, aunque lo disimulase. 

Olvidé aquel incidente hasta que hace unos días un colega de mi ovejo dio un concierto en el centro. Es un músico que vive en Madrid y que canta muy bien, y aunque no somos grandes amigos (le conozco a través del ovejo) a veces le había comentado que a ver cuándo actuaba en Málaga para poder ir a verle. 
Y así fue como mi ovejo me invitó el otro día a ir a verle, pero esa tarde yo no tenía ganas de salir, llovía y además la invitación me pilló en pijama y sin duchar. Ya os haréis una idea: yo estaba en plan tarde de sofá, manta y peli, así que el ovejo fue con otros amigos al concierto y yo me quedé en casa viendo programas de reformas y comiendo Cheetos para mantener la curva de mi culo. 

El problema llegó después, por la noche. El chaval acabó su concierto y volvió a casa, y me lo encontré tuiteando acerca de su actuación. Yo le pregunté que cómo había ido el concierto, a lo que él me respondió con un: -¡Genial, pero yo esperaba verte allí! ¡Muy mal!.
Obviamente en mi mente yo le di a esa respuesta cierta entonación jocosa, adivinando que el chaval no estaba realmente cabreado, así que le respondí, también en tono jocoso: -Ya, sorry, pero me informaron tarde del concierto y yo estaba en pijama y sin duchar, vaya, que estaba ya apalancá, jeje. Al próximo voy, prometido.

Y allí llego entonces, de nuevo una frase que al parecer está comenzando un patrón: -Vaya, así me gusta, ¡sincerdidad! Que tampoco pasa nada por no ir...

Apuf. Pues claro que no pasa nada por no ir, ¿no? ¿Tan mal quedé? No era mi amigo del alma, mi hermano, mi cuñao. Y aunque lo fuera, lo normal es que yo no estuviese obligada a nada. Que era un concierto, no una boda. Aparte... ¿si me hubiese inventado una excusa rocambolesca, (que seguro que no se iba a tragar) le habría sentado mejor? Es decir... ¿de verdad le sentó mal?
No es que yo nunca ponga excusas o que siempre, siempre, siempre sea sincera al 100%, sino que simplemente no veo que en estos casos fueran necesarias.

Ayer comenté en Twitter que hoy iba a escribir este post, y mi querida Bichejo me dejó caer que a veces no se espera que seas sincera, sino educada. ¿Soy una maleducada? ¿Aprender a dar excusas innecesarias forma parte de la buena educación?  
Y ya voy más allá: ¿la sinceridad está sobrevalorada, porque lo verdaderamente necesario y esperado es sólo lo que queremos escuchar?  ¿Tantos años de "para mí la sinceridad es muy importante" han sido sólo una mentira? ¿Qué significa ser educado con respecto a esto? ¿Realmente son excluyentes sinceridad y educación?

No sé. Yo ahora ya tengo miedo a que me pregunten algo un día y me toque improvisar, porque mi aparentemente natural verdad pudiese llegar a ser ofensiva para los demás. 
Supongo que tengo mucho que aprender acerca de la sinceridad de la educación. O de la falta de ella.