Has crecido y cambiado mucho; casi no te reconozco. No sé si tu te acordarás de aquellos ojos despistados y esa sonrisa tan brillante que traías entonces, cuando te sentabas a mi lado en el jardín y te ponías a hacer tus deberes de Lengua. Recuerdo que me preguntabas una y otra vez cómo estaba yo, qué sentía, por qué me gustaba tanto la primavera... eras una chiquilla bastante alegre pero, todo sea dicho, a veces resultabas algo descarada aunque pusieses excusas tontas, como que tu trabajo de fin de curso consistiese en hablar conmigo.
Pero te aprecio. Adoré aquel día de verano en que te quedaste dormida a mi lado, mientras el sol te entibiaba la cara y las chicharras repetían una y otra vez su canon hipnótico y estival.
También recuerdo con cariño la noche en que viniste con tus amigos, siendo aún una niña, a trepar por mí y a conquistar mi espalda muy ufana como si hubieses llegado a tu verdadero hogar. Aún siento mariposas en el estómago al pensarlo: fui tu refugio, tu rincón favorito del mundo... tu amigo.
Han pasado muchos años, sí. El mundo a mi alrededor ha ido evolucionando y mi cuerpo encogiéndose, retorciéndose, debilitándose. Ya no tengo el mismo color en la mirada ni soporto con entereza el viento helado y húmedo del invierno, pero sigo aquí. Aferrado al que desde siempre fue mi lugar, en el que irremediablemente moriré algún día (que presiento cada vez más cercano).
Y por eso, porque ya creía que no volvería a verte jamás, hoy me sentí muy extraño cuando apareciste caminando hacia mí con la mirada distante y las mejillas encendidas por el sol. Por una parte me alegré, ya que de alguna manera formas parte de mi pasado, de mi savia, de mí mismo. Pero por otra experimenté vergüenza y pena: ni siquiera me miraste. Pasaste a mi lado sin reconocerme, a pesar de rozarme una rama con el cabello.
Y sí, lo sé. Soy viejo, feo y me estoy quedando sin hojas. Ya nisiquiera soy capaz de producir una simple aceituna pero, si te paras a pensarlo, nadie más te conoce como yo. Con nadie más fuiste igual de auténtica.
También son auténticas mis lágrimas en forma de resina. Y caen por ti, única y exclusivamente por ti... que un día me convertiste en tu refugio y hoy me transformas en simple sombra.
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Perdóname, olivo. Mañana me siento a leer contigo un ratito, ¿vale? :)
Riiiiiing... Riiiiiiiiiing...
ResponderEliminarSólo tu sabes dar ese toque ovejosa a todos los textos, y me encanta :P
1B (pero flojiiito)
hoy precisamente he pasado por el parque que hay enfrente de donde vivía hace años. Me ha gustado pasear, pensando en otros tiempos... pero los caminos no llevaban a donde recordaba, y los rincones preferidos se empeñaban en esconderse... excepto una cascada que ha sido invadida por la terraza de un chiringuito.
ResponderEliminarUn beso dulce
El árbol al que me subía está enjaulado, cerrado, inaccesible... ya no dejan que los niños se suban a él... y creo que sí, que está triste y apenado porque los niños ya no se suben de tres en tres a refugiarse, a esconderse...
ResponderEliminarTienes razón, el próximo día que le vea, al menos le lanzaré un beso... y a mis hijos les contaré la historia del árbol.
Leñe pobre olivo, a ver si saludamos más, que no cuesta tanto decir hola, mona :P
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