Resulta que la conocí de casualidad un día en el que ella estaba harta de la vida de palacio y se daba una vuelta por su reino, como Jasmine en la peli de Disney. Yo, una pobre trabajadora en tiempos de crisis, estaba enfrascada en líos contables cuando ella abrió la puerta de la academia y se me plantó delante, sonriente, diciendo que quería trabajar y que si podía dejarme su currículum.
No sé si lo sabéis, pero las princesas auténticas (nada de esposas-de, ya me entendéis) no pueden ocultar su condición real a pesar de que se disfracen de ciudadano de a pie. Más que nada porque no pueden quitarse la corona y... hombre, las hay más discretitas, pero siempre dan el cante.
Así que allí me vi yo, delante de una princesa sonriente que pedía un empleo.
Intenté ser profesional y no parecer sorprendida, así que acepté el currículum y le hice las preguntas de rigor:
-¿Estás disponible actualmente? ¿Tienes experiencia en recepción?
Ella me respondió muy dignamente que no tenía experiencia, pero que disponibilidad tenía toda la del mundo. Ya, ya me hago a la idea, pensé yo mientras le daba las gracias y nos despedíamos educadamente.
La siguiente media hora la pasé alucinando. Leía su currículum una y otra vez ( experiencia laboral: Auxiliar Real, coordinadora de eventos de Palacio) y no podía creerme que una mujer así quisiese cambiar su cómoda vida por la de una recepcionista cualquiera.
Pero lo hizo, porque mi jefe finalmente le hizo una entrevista y, cosas de la vida, la contrató. La princesa trabajaría a mi lado de lunes a viernes, algunos sábados incluidos.
Y fue lo mejor que pudo pasarme en mucho tiempo...
¿Sabéis ese tipo de personas que consiguen animar cualquier reunión, que sacan una sonrisa de las expresiones más serias? Pues así era ella. Ya desde que entraba por la puerta cada mañana, con su corona escondida bajo un sombrero para -según ella- no llamar la atención, iluminaba la estancia con su alegría y desparpajo. Recuerdo que a veces le costaba comunicarse con nosotros porque hablaba muy raro... Supongo que es el dialecto real o algo así, pero en ocasiones soltaba palabrejas incomprensibles con las que yo siempre me reía a carcajadas. Después le intentaba enseñar cómo lo decimos nosotros, el vulgo, y ella rápidamente sacaba su libretita de notas para apuntarlo y no volver a decirlo mal jamás.
Creo que quería ser pobre. En serio, no hay otra explicación posible, porque todo lo que tenía lo regalaba. Dejó de dormir en palacio y se alquiló un pisito de un dormitorio en el Barrio Gótico, y siempre que tenía ocasión nos invitaba a todas a comer a su casa. Nos preparaba platos exquisitos, eso sí, de esos que sirven sólo en los actos sociales más refinados y que nos hacían felices al primer bocado.
En Navidad siempre nos preparaba felicitaciones a mano, como las de antes, hechas con cartulina por ella misma y con una muestra de su cariño en forma de palabras en el interior. No nos podía comprar nada porque encima andaba en números rojos... ¡una princesa en bancarrota! Y ella era feliz así.
Cuando yo tenía un mal día y llegaba al curro triste, ella se sentaba a mi lado y me contaba sus sueños de amor imposible. No sé por qué, pero creo que la gente de sangre real sueña cosas distintas a las que soñamos el resto. Sueños Reales, supongo. Y a mí me encantaba escucharlos en boca de esta chiquilla pizpireta y curiosa, siempre sonriente.
Otras veces en las que yo me quedaba en recepción y ella se sentaba a trabajar en el cuarto de administración, (porque no le quedaba otro remedio, ya que odiaba estar sola) abría el skype y me decía por el chat:
-Beíta, ¡cuéntame una historia!
Y claro, yo no podía hacer otra cosa que sonreir y empezar a darle vida a mi imaginación. ¡Quién puede desobedecer una orden real tan bonita!
Como os decía, me cambió la vida... porque gracias a ella las jornadas laborales se me hicieron mucho más llevaderas. Su estrambótica filosofía de vida me ayudó a ver las cosas desde un punto de vista completamente diferente al que estaba yo acostumbrada, y muchas veces tuve que darle la razón cuando me regañaba cual madre preocupada y me decía que tenía que quererme más, que a veces hay que mandarlo todo a tomar por saco y buscar la felicidad.
Y bueno, por alguna extraña razón mi princesa consiguió ser una más. Al final logró que todos olvidásemos quién era realmente y la quisiéramos de verdad. Se convirtió en la "niña" del grupo, la mimada, la traviesa. Nos encantaba chincharla y hacerle rabiar entre risas y bromas, porque adorábamos sus mejillas encendidas y su carita enfurruñada diciéndonos que la respetásemos, que era un superior, justo antes de buscarnos las cosquillas para continuar la pelea.
Puede que ella ande mal de dinero, pero es la mujer más rica del mundo. Y yo, a su lado, también lo fui.
Te quiero mucho y te echo de menos, Princesa. Muchas felicidades. Aquí tienes mi historia de hoy:
Sonatina
La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color. La princesa está pálida en su silla de oro, está mudo el teclado de su clave sonoro, y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor. El jardín puebla el triunfo de los pavos reales. Parlanchina, la dueña dice cosas banales, y vestido de rojo piruetea el bufón. La princesa no ríe, la princesa no siente; la princesa persigue por el cielo de Oriente la libélula vaga de una vaga ilusión. ¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China, o en el que ha detenido su carroza argentina para ver de sus ojos la dulzura de luz? ¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes, o en el que es soberano de los claros diamantes, o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz? ¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa quiere ser golondrina, quiere ser mariposa, tener alas ligeras, bajo el cielo volar; ir al sol por la escala luminosa de un rayo, saludar a los lirios con los versos de mayo o perderse en el viento sobre el trueno del mar. Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata, ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata, ni los cisnes unánimes en el lago de azur. Y están tristes las flores por la flor de la corte, los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte, de Occidente las dalias y las rosas del Sur. ¡Pobrecita princesa de los ojos azules! Está presa en sus oros, está presa en sus tules, en la jaula de mármol del palacio real; el palacio soberbio que vigilan los guardas, que custodian cien negros con sus cien alabardas, un lebrel que no duerme y un dragón colosal. ¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida! (La princesa está triste, la princesa está pálida) ¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil! ¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe, —la princesa está pálida, la princesa está triste—, más brillante que el alba, más hermoso que abril! —«Calla, calla, princesa —dice el hada madrina—; en caballo, con alas, hacia acá se encamina, en el cinto la espada y en la mano el azor, el feliz caballero que te adora sin verte, y que llega de lejos, vencedor de la Muerte, a encenderte los labios con un beso de amor». |
Rubén Darío
¡Albricias! Pues vayan por delante las felicitaciones pertinentes a su Alteza Real en este su día, de parte de una humilde plebeya.
ResponderEliminar¡Salud!
Beita, muchas gracias de todo mi regal corazón! Es el regalo más bonito que he recibido en mucho tiempo, y además llega en mi día especial. Te quiero mucho y te echo mucho de menos. ¡Ojalá pudieras pasarte por el Gotico esta noche y venir conmigo a un regal sitio a celebrar la ocasión!
ResponderEliminarUn abrazo gigante!
Princesa Valeria ;)
xx
Pues sí que es bonito regalo...
ResponderEliminarFelicidades, milady, ha de ser un ser muy especial para recibir el cariño de tan excelsa dama.
Bea... ains que palabras
Besoooos
¿Cómo que a su lado también lo fuiste? Lo seguirás siendo, que esa riqueza no se pierde tan fácilmente como la otra, la de mentira.
ResponderEliminarEnhorabuena a su alteza la Princesa Valeria, un nombre chulísimo por otra parte :)