27 enero 2009

El chorizo volador

Estaba yo anoche preparando la cena cuando un pedazo de pollo se me cayó al suelo. Y entonces me vinieron a la mente los segundos más hilarantes de mi historia: me acordé de Jesus David.

Él era un muchacho dos años mayor que yo (por entonces yo tenía doce) y su figura espigada (canija) y sus ojos oscuros eran para mí como la más armoniosa melodía de las musas del olimpo.
Vivía en Lucena, un pueblo de Córdoba al que yo solía ir a pasar los fines de semana en la casa del campo de mi mejor amiga. Él, Jesus David, (Jesudaví para nosotros) formaba parte del grupo de amigos bastante peculiar en el que Elena, mi amiga, y yo éramos las únicas y orgullosas féminas.

Aquel verano decidimos dar una fiesta en el campo. Prepararíamos suculentos manjares en la barbacoa, luego jugaríamos a las cartas a la sombra de los olivos y a media tarde nos refrescaríamos en la piscina. Todo estaba bien dispuesto y preparado para pasar un día estupendo, y yo ya planeaba mil maniobras de acercamiento para conseguir que Jesus David dejase de verme como a un colega más y pasase a considerarme una mujer atractiva con la que salir a tomar una coca-cola o ir al cine cogidos de la mano (bendita inocencia).

Mi amiga Elena, la más despabilada, empezó a chamuscar sus chuletas en la barbacoa del porche y yo preparaba la ensalada mientras los machos charlaban animadamente en la mesa, dos olivos más a la derecha. Mi Jesus David debió suponer cansancio en nuestras miradas, ya que acudió raudo y veloz a ayudarnos con la comida cual Superman cordobés. Yo me derretía mientras Elena ponía un buen montón de choricillos caseros en un plato y él cortaba tomate conmigo, codo con codo, mirada con mirada.
Y ahí fue cuando sucedió todo.

-Toma, Jesudaví, lleva ésta bandeja a la mesa.- le pidió Elena, pizpireta.
Mi macho agarró la bandeja humeante y suculenta , se giró y se encaminó ufano hacia la mesa donde esperaban los demás...
Pero el cruel destino hizo que tropezase torpemente, que soltase la bandeja en pleno batir de brazos y que los chorizos saliesen volando como sonrosadas mariposas campestres.

Fueron sólo tres o cuatro segundos, los justos para que su espigado cuerpo pasase a ser larguirucho ante mis ojos. Para que sus gráciles andares resultasen desgarbados y mecánicos, y su mirada, antes tan interesante, se convirtiese en los ojos de un chiquillo torpe y humano.

Elena empezó a chillarle y reprenderle cual madre cabreada, y él bajaba la vista hacia el suelo disculpándose mientras los perros hacían buena cuenta del manjar que les había caído del cielo, literalmente.

Y sé que es triste y que no dice nada bueno de mí, pero por aquel entonces yo buscaba un príncipe azul que pudiese sacarme de cualquier entuerto, y por culpa de Jesus David me pasé media hora friendo más chorizo y otra media hora llevando a los perros al veterinario, porque se empacharon.




Años después me enteré de que se había metido a cura... y sonreí.
Espero que le vaya muy bien, y que no me guarde rencor por la de veces me he descojonado a su costa estos años cada vez que preparo chorizo frito.

7 comentarios:

  1. Tranquila, cualquiera que hubiera pasado por lo mismo se hubiera partido la caja, como poco. Yo casi estoy llorando de risa, jajajaja, gracias, lo necesitaba.

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  2. rapido caen del pedestal...

    (me ha gustado lo del Jesudavi... que a veces se me olvida tu origen malagueño saleroso... y es que en la imaginación no suele haber acentos. Y hasta yo lo tengo de vez en cuando (o al menos eso me dijeron ayer)

    Besooooos

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  3. Qué bueno, Rizos.

    Me ha gustado esta historia, más que por el hecho de los choricillos voladores, porque me ha llevado unos cuantos años atrás. Yo también era muy de barbacoas y festejos en el campo, en la casa de algún amigo, con piscina (o balsa) incluida. Eran los tiempos en que nosotros y vosotras nos reuníamos las primeras veces para hacer cosas juntos, después de haber pasado toda la infancia separados por la creencia de que las niñas érais tontas y viceversa.

    En fin, que me he identificado en esto, podría haber sido el canijo torpe perfectamente, y es que sigo siendo bastante torpe todavía...

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  4. Ays... pobre Jesusdaví, no tuvo ni una oportunidad, a la primera de cambio ya cae del cartel...

    Yo con lo patoso que soy, se vé que si no me he metido a cura es porque no tenía que serlo, que si no...

    De todas formas te agradezco que me hayas alegrado el día con tu historia!

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  5. Hola. Soy Jesudaví, y quería decirte que vale, que te perdono. De hecho estoy rezando un Padre Nuestro por tu alma, mala pécora, mira que reirte de mí.

    Si me metí a cura es porque tú me diste calabazas desde aquel día, mala mujé :PPP

    Laima Separ Tetoita XDD

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  6. ¡Hay que ver! La crueldad de las mujeres hecha relato... :P

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  7. El pobre chaval era el único que os ayudo, y se ganó una repremenda de campeonato.
    Moraleja: aléjate de las mujeres y hazte cura.

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