Yo tenía once años. Si hoy, con veintisiete, soy una lerda sensiblera que se asusta cuando escucha un ruido extraño en la cocina, imaginaos cuando era una pre-adolescente.
Tenía once años y jugaba con mi tío a piedra, papel o tijeras en el asiento trasero del coche de mi familia, mientras que mi madre dormitaba en el asiento del copiloto y papá conducía. Volvíamos de pasar un domingo primaveral estupendo en el campo, con su bocadillo de tortilla y sus coca-colas y sus margaritas en ramilletes.
Y entonces mi padre dio un frenazo en seco. Di un respingo y pude ver cómo el coche de delante también intentaba frenar dando bandazos de un lado a otro de la carretera por alguna extraña razón... que descubrí a los pocos segundos, cuando mi padre por fin pudo detener el vehículo en el arcén gracias al cielo y a su prudencia al volante.
Ovejas. Lo primero que vi fue media docena de ovejas alrededor del coche... ovejas asustadas que corrían por la autovía, coches embistiéndolas sin tiempo de reaccionar y un camión estampado contra la mediana, casi atravesado.
Ovejas en el suelo, llenas de sangre. Un pastor dando gritos, el conductor del camión con las manos en la cabeza y el parachoques de su vehículo manchado de color rojo.
Estábamos todos en estado de shock. Mi padre salió a llamar a la policía y a tratar de calmar al pastor para que sacase a sus animales de allí, mi madre se unió a un grupo de personas que intentaban dirigir el tráfico para que no ocurriesen más accidentes y mi tío intentó tranquilizarme con palabras serenas...
Pero entonces lo vi. Era un perro ovejero pequeño, de esos con las orejas tiesas que tanto me gustaban... y se arrastraba por la carretera haciendo fuerza con sus patas delanteras, ya que tenía toda la parte trasera de su cuerpecito completamente aplastado. Destrozado. Arrollado.
Chillaba como un bebé dolorido, y sus quejidos me partieron el alma.
Tardé dias en dejar de llorar. Y aún hoy, cuando veo El Silencio de los Corderos en la tele y Lecter le pregunta a Clarice si todavía puede escuchar chillar a los corderos de su infancia, no puedo evitar acordarme de aquella fatídica tarde en la que mi infancia se llenó de ladridos lastimeros... Me pregunto si algún día ese perro dejará de chillar.
son escenas que impactan...
ResponderEliminarsinceramente, no sé si habría podido soportarlo, ni cuanto tiempo me habria durado el disgusto, ni siquiera si el disgusto habría acabado
Un beso
No me extraña que no puedas olvidarlo...son cosas que quedan grabadas para siempre y más a esa tierna edad.
ResponderEliminarDicen que el tiempo lo cura todo,pero yo creo, que más bien amortigua el dolor, que es mucho; pero no suficiente...
Muchos besos.
Hola Bea, soy Mar, esa amiga que un día quisiste olvidar, por un mal rollo que ocurrió en el curso.
ResponderEliminaryo aún hoy día no te olvido y veo tu valentia de andar por esos mundos de Dios, trabajando y haciendote de amigos/as, de todo el mundo.
yo como patriota y sé de corazón que soy tu amiga, espero un email d eamistad tuyo. Besos.