Asomó la cabeza por la ventana entreabierta. Hacía mucho calor y la brisa revolvió su flequillo moreno con su aliento cálido y húmedo.
Suspiró. No tenía ningún exámen próximo, (era una preciosa mañana de Julio) todo le iba bien en casa, tenía vacaciones hasta septiembre y sus días discurrían tranquilos y sin problemas. Pero su corazón latía con mucha fuerza esa mañana, travieso, y un cosquilleo nervioso le revolvía el estómago mientras se ponía el bañador de una pieza de color azul oscuro.
Tenía diecisiete años y una mirada azul brillante que hablaba sin palabras. Al mirarse en el espejo casi no se reconoció allí delante, con esos pantalones de lino y la camiseta de tirantes naranja que se había comprado la tarde anterior. Le dio miedo permanecer frente a su otro-yo durante más tiempo, así que cerró la puerta del armario de un portazo y cogió su bolsa. Antes de salir comprobó que no le faltaba nada: crema bronceadora, gafas de sol, toalla, aftersun, llaves de casa... Recordó que sus amigas siempre hablaban de llevarse revistas y almoadillas hinchables a la playa, así que decidió comprarse una almoadilla y una revista de camino. Cogió un par de monedas (¿cuánto costaría una almoadilla de esas?) y salió de casa con un nuevo suspiro nervioso.
Caminaba lentamente, obligándose a llevar la cabeza bien alta y una media sonrisa en el rostro. Cuando se cruzaba con alguien no podía evitar bajar la mirada al suelo, odiándose por ello. Todavía le era difícil encararse con el mundo, pero algo le decía que estaba yendo por el buen camino. Con cada rostro que se cruzaba, con cada caminante desconocido se debatía una lucha interna dentro de ella. Por una parte sus manos no paraban de aferrarse a su bolsa y a cubrirse con élla lo máximo posible, pudorosa. Por otra parte su mente le daba la orden de alzar la mirada y lucir su mejor sonrisa...
Llegó a la playa casi al medio día. Con media hora bastaría, pensó. Extendió su toalla tímidamente sobre la arena y se sentó sobre ella rápidamente. Observó un instante a su alrededor. Una pareja de jóvenes se acariciaban, cariñosos, en la toalla de su derecha. Una familia extendía su hegemonía playera frente a ella, mezclando a padres con hijos y primos e inundando la orilla de risas alegres. Un hombre de unos treinta años estaba leyendo el periódico unos metros más allá, y ella se detuvo a observarle en silencio durante unos minutos. Envidiaba esa forma de escapar del mundo, de olvidarse de todas las demás personas que le rodeaban.
Entonces él alzó la vista y la miró. Fue sólo un segundo, un instante burlón en que sus miradas se cruzaron, hasta que la mirada del hombre volvió a centrarse en el diario y ella bajó la vista hacia la arena color vainilla.
Creía que todos le estaban observando. Estaba nerviosa, casi histérica, imaginando que todas las miradas se centraban en su cuerpo y que no podría moverse sin pasar desapercibida.
Sus mejillas se habían teñido de rojo, y su respiración agitada le ponía las cosas mucho más difíciles.
Pero entonces se armó de valor como nunca lo había hecho. Se dijo que era ahora o nunca. Recordó todas esas lágrimas, esos lamentos, esas envidias, esas noches sin dormir, y decidió borrarlas de su vida de una vez por todas.
Se incorporó en su toalla y desató el cordón de sus pantalones. Se los quitó lentamente sin mirar a ninguna parte, tratando de ocultar el temblor de sus rodillas, y los dejó sobre la arena para quitarse la camiseta.
Cuando aparecía tan sólo cubierta por su discreto bañador la brisa acarició su espalda y un escalofrío recorrió su cuerpo. Ya está. Ahora todos la estarían mirando, riéndose o compadeciéndola. Por un momento volvió a ser la chiquilla asustada de siempre, esa que se ve tan pequeñita ante el mundo. Tuvo ganas de coger sus cosas y salir corriendo, para cobijarse entre esas cuatro paredes que hasta ahora habían sido su prisión y su hogar.
Pero la poca voluntad valiente que le quedaba le obligó a bajar la mirada hasta la playa, hasta la masa de gente que continuaba su día ajena a sus miedos. Moridiéndose el labio reparó en que el hombre de su izquierda seguía leyendo el periódico. Que en la familia de delante los niños jugaban haciendo castillos en la orilla y las mujeres charlaban de Gran Hermano distraídamente. La pareja de tortolitos continuaba dedicándose muestras de cariño sin importarles quién pudiese verles...
Un resplandor llamó su atención. El brillo del sol sobre las olas jugando a hacerle cosquillas al azul intenso captó su mirada curiosa. Una fuerza hasta ahora adormecida le hizo acercarse a la orilla, vacilante, y poco a poco fue metiéndose en el agua. El mar refrescó su piel con su aliento salado y reconfortante, y con cada ola que chocaba contra su cuerpo una parte de sus temores iba desapareciendo. Se bañó para limpiar su alma, para librarse de los fantasmas que le habían atormentado durante tantos años, y cuando sumergió su rostro en el agua y sintió una corriente helada besándole los párpados supo que por fin había ganado.
Cuando volvió a su toalla con las gotas de mar chorreando por su flequillo y su cuerpo helado, comprobó que el hombre del periódico ahora sí que la miraba... pero en su mirada no había hueco para la compasión mientras en su rostro se formaba una sonrisa y un guiño de complicidad.
Ella volvió a sentir cómo latía su corazón muy rápidamente, y sorprendiéndose a sí misma consiguió devolverle la sonrisa a su primer salvador.
Era la primera vez que iba a la playa y que se bañaba en el mar, pero también sería la primera de las muchas victorias que aún le quedaban por conseguir en la lucha contra sus demonios.
Mucha gente mezquina en este mundo no se da cuenta de lo dificil que es para algunos dar esos pequeños pasos... la cantidad de veces que decimos "hoy es el día", pero despues pensamos que mejor para mañana. Y cómo, en el momento de la pequeña victoria (no tan pequeña) nos damos cuenta de que el miedo pasado era estúpido, sin motivos. Pero eso no hace fácil la siguiente batalla.
ResponderEliminarGracias. Sigues tocando esa vena sensible que intentamos esconder. Y sigues escribiendo cosas que yo debería haber aprendido hace tanto...
pero no somos tan distintos. Simplemente, yo voy más lento
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Bonito relato de una superacion, victoria, paso adelante,,, si señor.
ResponderEliminarMe has dejado sin palabras (mira que eso es difícil en mi...).
ResponderEliminarHay que plantarle cara a todos tus miedos y tirar "pa'lante", con la cabeza bien alta. La vida es demasiado corta como para vivir acomplejada y pendiente del que dirán.
De verdad, me ha encantado!
Viendolo desde fuera, resulta una tonteria ese miedo, pero es q muchos miedos q todos tenemos son asi. La pena es q aveces necesitamos años para darnos cuenta, verdad? :)
ResponderEliminarBesos!