17 febrero 2007

Ojos Grises

El día que encontraron su cuerpo empezó la pesadilla.

Ojos Grises es un pequeño pueblo costero de esos en los que todos se conocen. Las familias han permanecido aquí durante muchas generaciones, encandiladas por el encanto de sus callejuelas blancas y sus playas sin explotar. El mundo del turismo y la contaminación de las grandes ciudades quedan lejos del candor de los atardeceres sobre las terrazas de la plaza Mayor, y los niños pueden corretear tranquilos por el paseo marítimo ajenos a los peligros urbanos.
Yo llegué hace ya dos años atraído por las promesas de tranquilidad y sosiego que me ofrecía el pueblo. Alquilé una casita junto al mar a las afueras, una vieja cabaña de dos habitaciones con un hermoso porche frente a la playa donde he instalado mi caballete y una hamaca que compré en Brasil. Adoro ver las puestas de sol desde mi estratégica posición en el mundo, y cada ocaso me siento afotunado por haber encontrado el paraíso que siempre había necesitado. Sin agobios, sin esperas, sin tráfico, sin prisas. Tan sólo el color rojizo del cielo vespertino y yo.

Ella solía pasear por la orilla del mar cada tarde. La primera vez que la vi me quedé extasiado observando cómo los últimos rayos de sol se enredaban en su pelo y parecían arrancarle destellos dorados a su rostro. Su vestido de lino blanco resaltaba aún más el color melocotón de su piel, y su figura recién estrenada se movía lentamente entre la espuma de mar confundiéndose espuma con vestido, piel con arena. Tenía la mirada triste, melancólica y distante, y con cada paso que enterraba en la arena mojada sus ojos se mojaban también de suspiros azules.
Empecé a dibujarla aquella misma tarde, y a partir de entonces cada anochecer esperaba sentado en el porche a que la muchacha volviese a pasar junto a mi cabaña y se pasease por entre las palmeras. Era tan hermosa, tan pura, que su luz inundaba mi caballete incluso cuando escogía colores oscuros y apagados. Los trazos se volvían de oro, las curvas de su cuerpo se llenaban de brillo y con cada brochazo el resplandor de su mirada triste se volvía purpurina entre mis pinceles.

Un día me decidí a seguirle por la playa. Quería saber su nombre, charlar con ella aunque fuese unos minutos. Quizá consiguiese que posase para mí algun día... Así que me armé de valor y dirigí mis pasos hacia la orilla, donde me senté a esperar que llegase.
Pasó por mi lado como un zombi, sin nisiquiera reparar en mi sonrisa nerviosa. Me salpicó sin querer al rozar las olas a mi lado con su vestido y continuó alejándose lentamente, tal y como había llegado.
Me levanté y empecé a seguirla. Se encaminaba hacia la playa del este de Ojos Grises, que también era la menos frecuentada. Cuando se puso a gritar me asusté; sus alaridos repentinos y su voz agria me helaron la sangre y me hicieron dar un respingo. Me pregunté si ella sabía que yo estaba allí, que le había seguido, y supuse que chillaba de esa forma para ver si conseguía asustarme y hacerme desaparecer.
Entonces se volvió hacia mi y me miró fijamente a los ojos. Clavó sus pupilas en mí, pero más allá de donde llega mi cuerpo físico. Su mirada amenazante me hería por dentro, y en ese mismo instante me arrepentí de haber sido un cotilla sin remedio y de haberle seguido hasta allí.
Pero entonces algo captó su atención. Un murmullo, un ronroneo suave salió de entre los matorrales. Tras ellos vi aparecer un gato azabache que, ágilmente, se acercaba dando saltitos sobre las rocas. Llevaba la cola en alto y la balanceaba de un lado para otro, denotando alegría y tranquilidad, y al llegar junto a la chica empezó a maullar con fuerza y a frotarse contra su vestido.
La muchacha se agachó para acariciarlo, y le oí murmurar algo en voz muy baja. Cuando un soplo de brisa removió las palmeras sobre mi cabeza, el aire trajo hasta mis oídos otro susurro, una especie de cántico extraño e hipnótico que me puso más nervioso aún. Y una veintena de gatos empezó a aparecer por la colina. Salían de todas partes: de las rocas, de los arbustos, de las sombras de la playa. En unos instantes rodearon a la chica y se pusieron a maullar todos a la vez, mientras ella los acariciaba de uno en uno y les dedicaba palabras cariñosas olvidándose por completo de mí.
La luna ya brillaba sobre las olas, y con los reflejos plateados el lomo de los gatos resplandecía siniestramente.
Me quedé medio atontado durante un buen rato, observando tal curiosa escena y tratando de retener cualquier detalle en mi memoria para poder dibujarlo luego, hasta que los gatos comenzaron a marcharse uno por uno. En un minuto la playa se quedó en silencio de nuevo, ocupada tan sólo por la sonrisa triste de la muchacha y por mis ojos abiertos como platos. Y ella se levantó, se alisó las arrugas de su vestido, se volvió para decirme adiós con la mirada y suspiró una última vez antes de alejarse tras las palmeras.

No volví a seguirle desde aquella noche. Supuse que nunca llegaría a comprender el misterio de la muchacha triste y sus gatos, así que me limité a dibujarla mientras la veía pasar a mi lado cada tarde. Nunca le dirigí una palabra, aunque ahora que ella era consciente de mi existencia siempre me sonreía de una forma cómplice al verme sentado en el porche.

Una mañana de verano un rumor se extendió por Ojos Grises. En cada pequeño comercio, en cada quiosco de helados no se hablaba de otra cosa: la hija del farero había muerto.
Cuando el lechero llegó a mi cabaña y me dio la noticia no tuve la menor duda: la chica de la que todos hablaban era mi misteriosa muchacha de los gatos. Tenía que ser ella; algo dentro de mí lo sabía. Y esa misma tarde se confirmaron mis sospechas. Lucía, la chica de dieciocho años hija del farero del pueblo, había aparecido muerta sobre las rocas a las ocho de la mañana del lunes. Se había suicidado, tal y como mostraban los cortes en sus muñecas. Su padre había muerto el año anterior dejando a la chica huérfana, lo que indujo a pensar a todo el mundo que esa era la causa de su depresión.

Todo el mundo en el pueblo lloró su pérdida. En su entierro no faltó nadie, desde la mujer más cotilla de Ojos Grises hasta aquel que no había visto a Lucía en su vida. Pero cuando llegó la hora de dedicarle unas palabras a la difunta, no se dijo una sola palabra sobre ella. Nadie llegó a charlar con Lucía jamás, y tan sólo sabían que era una chica tristona y callada que deambulaba por ahí como alma en pena. Yo no dije nada acerca de sus extraños paseos nocturnos porque pensé que ese era el único secreto que compartía con mi bella amiga, el único nexo de unión que tenía con ella.

Esa misma noche, como ya dije, empezó la pesadilla.
A las doce en punto de la madrugada el silencio habitual de Ojos Grises se rompió de pronto. Hasta los grillos se callaron, asustados; las olas del mar se ahogaron en el paseo marítimo. Un coro de lamentos felinos inundó la calma de los callejones desiertos que rodean la plaza Mayor, y una hilera de gatos sollozantes (cuarenta, quizá cincuenta gatos) empezó a pasearse por las aceras y los jardines. Iban formando una tétrica procesión en la que desde el primero al último animal se movía en línea recta y al mismo ritmo y velocidad, uno detrás de otro. La luna se escondía tras las nubes, y cada vez que su resplandor se asomaba por entre las ramas de los árboles los ojos brillantes de los gatos resplandecían por entre las sombras de los coches. Paseaban sin vacilar por cada calle, junto a cada casa, chillando sin parar como si un cuchillo invisible les estuviese destrozando las entrañas y uniendo sus cánticos en un lúgubre cánon que calaba la piel y los huesos de aquél que osaba a cruzarse con ellos.

La procesión llegó hasta la playa, justo donde vi a Lucía reunirse con sus gatos aquella otra noche mágica en que les seguí, y los felinos se sentaron formando un círculo perfecto y sin dejar de maullar. Permanecieron allí durante horas, hasta el amanecer, ante la mirada atónita y asustada del resto de los pueblerinos que, alarmados ante tal suceso, se revolvían inquietos y sin saber cómo reaccionar por calles y plazas. Cuando el sol alumbró el pueblo con su aliento cálido y reconfortante, los gatos se fueron dispersando hasta desaparecer uno por uno. Ninguna persona logró dar con éllos durante el día, como si tan sólo fuesen felinas sombras nocturnas que desaparecen con los rayos de sol.

Hace ya semanas de aquello. Los gatos han seguido saliendo a pasear cada noche, y sopongo que seguirán con su extraño ritual durante mucho tiempo. La gente ha empezado a dejar de preguntarse el por qué de tal comportamiento animal, y simplemente se están acostumbrando a escuchar sus maullidos y sollozos cada medianoche. No relacionan los lamentos gatunos con la hija del farero, así que están perdiendo el miedo y lo achacan todo a la influencia de las mareas y la luna sobre el comportamiento animal. Ya se les pasará la rabieta en otoño, dicen.

Pero yo sé que hay algo más que influencias lunares en todo este asunto. Estoy convencido, incluso, de que frente a nuestras narices suceden cosas de las que jamás hallaremos respuesta científica por mucho que nos empeñemos.
Y lo digo porque ayer por la tarde, cuando salí al porche a terminar mi retrato de Lucía aprovechando la hermosa luz de atarceder, observé alarmado que mi dibujo se burlaba de mí. Allí, junto a la bellísima chica de ojos tristes que camina por la orilla, un gato negro azabache que yo jamás había dibujado se paseaba sobre el lienzo ondeando su cola alegremente, riéndose del sol que resbalaba por su lomo y confundiéndose su mirada profunda con el azul de las olas.

------------------------------------------------------------------------- La Rizos, Mayo 2004


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6 comentarios:

  1. Aunque jamás llegué a valorar ni comentar este texto... lo lei en su día. Y es extraño... en aquel entonces yo no existía. El guardián había muerto y Eingel no había aparecido aún... este texto me dejó un recuerdo imborrable que me has hecho recordar hoy

    Gracias, rizos. Gracias Melp Gracias, Belthane... Gracias, Bea.

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  2. Con el último párrafo has conseguido erizarme los pelos. Bécquer estaría orgulloso, rizosa.

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  3. I do believe cats are mysterious creatures we'll never fully understand. I'm just glad that once in a while one of them adopts us as their pets.

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  4. Se me ha visto el plumero.... urfff urfff urfff

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  5. Dios niña,,, me encanta este relato. Me he metido de lleno en la situación y en sus detalles. Realmente he sentido el calorcito de la tarde y el sonido de las olas en el ocaso jeje :D en serio,,, te ha quedado chulisimo,,,
    Sugerencia: sigue con esto y haces crónicas de Ojos Grises o algo asi jeje y desarrollas la novela en base a la muerte de la chica ^^ es un buen tema jeje y creo que podria sacarsele jugo jajaja :D en serio ^^
    Por cierto genial la foto :D mu chulaaa :D
    Lo dicho,,, si te animas con este o con otro tema, me comprometo a echarte un cabo con lo q sea, tanto ideas, desarrollo, ilustración o lo que sea que tu creas que yo pueda hacer ^^ jejeje :D Niña,,, no lo dejes nunca, haces que la gente sueñe despierta (tienes un don ^^ te lo vuelvo a decir ^^)

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