Qué traviesa es la memoria cuando te obliga a sentir cosas que tenías por desaparecidas...
Un olor, una canción, una simple fotografía.
Ayer conducía por la autovía de camino a casa y divisé a lo lejos los restos de la feria: casetas a medio desmontar y la puerta enorme y magestuosa aún intacta. Inmediatamente en mi mente aparecieron imágenes mitad tiernas mitad cálidas que me hicieron sonreir mecánicamente, sonrojada, obligándome a rememorar tres días en los que fui, simplemente, feliz.
Por la noche la sonrisa se truncó en medio minuto, mientras leía un sms inesperado y la memoria volvía a jugar conmigo una vez más.
Pero la vida es así, compleja. A veces te da una de cal y otras una de arena, y los recuerdos dulces y amargos se entremezclan en nuestra memoria para convertirnos en lo que a fin de cuentas somos... puros sentimientos.
Lo mejor de todo es que los seres racionales (unos más que otros, pero racionales al fin y al cabo) poseemos la clave para el bienestar: la esperanza. Y anoche, a pesar de bajar por un instante a lo más profundo de los infiernos más tristes y dolorosos, alguien me recordó que la vida sigue y que no estoy sola. Un simple beso tecleado y una partida de backgammon consiguieron hacerme subir de nuevo a la superficie, sentarme en mi sillón de piel y borrar el maldito sms de la memoria de mi teléfono.
Qué diablos... si sólo son recuerdos.