Bea se estiró en su asiento y suspiró. Le dolía la espalda de estar tanto tiempo sentada en la misma postura, así que decidió levantarse para ir al baño a refrescarse y estirar las piernas.
Con cuidado de no hacer ruido al arrastrar la silla sobre el mármol gris, se puso de pie entre la hilera de estudiantes que, algunos concentrados y otros pensativos, inundaban los pasillos de la silenciosa biblioteca. Mayo estaba llegando a su fin, y con él los universitarios acudían en masa a conquistar los lugares de estudio, habitualmente desiertos en invierno. No quedaba ni un sólo sitio libre en toda la Biblioteca General; incluso los pupitres que parecían no tener dueño habían sido ya anteriormente reservados por los más madrugadores, que dejaban sus mochilas y apuntes sobre éllos para poder irse a tomar el primer café de la mañana sin temor a quedarse sin sitio.
Caminó lentamente hacia los baños tratando de no llamar la atención. Odiaba que la gente alzase la cabeza para mirarla ya que era demasiado tímida como para acaparar la atención de los demás deliberadamente, pero lo cierto es que no podía evitarlo en un lugar donde el único movimiento era el de las aspas del ventilador. Unas cuantas miradas indiscretas acompañaron sus pasos hasta el fondo de la sala y ella bajó la cabeza, azorada, mientras entraba en el estrecho pasillo de los servicios.
El baño de mujeres estaba desierto. Abrió el grifo y se refrescó las muñecas y la nuca, observando los surcos oscuros que rodeaban sus ojos. Necesitaba dormir más, acabar de una vez los exámenes y volver a esa rutina tan cómoda y agradable repleta de días tranquilos sin presiones ni estrés.
Se recogió el cabello en una cola de caballo, cuidando que el flequillo no resbalase por su frente. Cuando se giró hacia la puerta decidida a marcharse, algo llamó su atención.
En la pared de ladrillo rojo, escrita con un rotulador negro de esos que se usan para subrayar, una frase sobresalía entre los típicos "Ana y Manuel" o "no pises la hierba...". Estaba escrita con letras grandes y angulosas, como si fuese una especie de súplica de socorro.
Bea leyó en voz alta: "¿DÓNDE?"
Repitió la concisa frase varias veces, preguntándose el sentido de aquella simple palabra que, a la vez, hablaba de todo. Supuso que la pregunta sería parte de una frase que se habría borrado por la mitad, así que salió de los baños olvidándose de cualquier filosofía que no fuese la que le esperaba en los apuntes que había sobre su mesa.
Volvió a sentarse en su sitio y se sumergió de lleno en las ramas del derecho, en la frontera de posibilidades de producción, en las ventas de mercaderías y en la balanza de pagos. El mundo dejó de existir para ella durante las dos horas siguientes, hasta que su estómago decidió ponerse fiero y hacerle volver a la realidad. Necesitaba comer algo.
Guardó su turno en la cola de la máquina de sándwiches de la entrada pacientemente. Al llegar frente a la comida maldijo su suerte en voz baja. Siempre se terminaban antes los de jamón y queso, así que tuvo que optar por uno vegetal de esos que saben sólo a lechuga.
Salió fuera, al jardín, y se sentó sobre el césped con el bocadillo y una botella de agua. Estaba a punto de hincarle el diente a la lechuga con pan cuando la vio. Unos metros más allá, echada sobre la hierba, una muchacha muy delgada escondía su cabeza entre sus brazos. Parecía estar llorando.
Bea clavó su mirada en élla, intrigada y a la vez conmovida, y mantuvo su vista fija en la desconocida durante unos minutos. El cabello negro y lacio le caía sobre el rostro, tapándolo, y llevaba un vestido fino de algodón de color azul marino que resaltaba aún más el color blanquecino de su piel. Toda ella era azul. El resplandor de su pelo, el aura que desprendía. El sol parecía no rozar esos hombros de palidez extrema a los que sólo lamía la brisa fresca. Cada centímetro de su cuerpo parecía rezumar tristeza, melancolía, y a la vez resultaba hipnótico y hermoso.
De pronto la chica alzó la mirada hasta donde Bea la observaba. Sus ojos enormes, más negros que el tizón, brillaban a causa de las lágrimas que inundaban su mirada y resbalaban por sus mejillas pecosas.
Las dos se estuvieron observando en silencio un momento, hasta que Bea se sintió incómoda y tuvo que reaccionar. Espontáneamente arrugó la nariz en un gesto simpático y, burlonamente, le sacó la lengua a la chica triste. Solía hacer cosas así constantemente, quizá para conseguir la complicidad de los que la rodean.
Y la chica triste sonrió. Fue sólo un instante, pero pareció como si el sol volviese a lamer sus mejillas, sonrojándolas, y su piel recobrase algo de vida.
Bea dio por concluida su sesión cotilla de la tarde y dejó de mirar a la desconocida para continuar con su almuerzo. Engulló de dos bocados el sandwich y bebió un sorbo de agua fresca hasta saciarse.
Se puso de pie, sacudiendo las briznas de hierba prendidas en su camiseta, y antes de encaminarse nuevamente hacia el interior de la biblioteca se giró un momento hacia donde antes estaba la chica triste. Pero ahora allí tan sólo quedaban dos flores azules y una mariposa despistada.
No pudo volver a estudiar. Por mucho que leyese los apuntes una y otra vez, su mente no lograba concentrarse en el estudio. Las palabras sonaban a hueco en su mente, y por más y más páginas que pasase menos materia conseguía asimilar.
Cuando estaba a punto de rendirse, pillar sus cosas y marcharse a casa, recordó algo y dio un respingo en su asiento. Una idea traviesa revoloteó por su mente. ¿Y si...?
Se levantó de un salto y caminó veloz hacia los servicios, ignorando a quienes la observaron con curiosidad. Al llegar frente a la pared del fondo, cubierta de garabatos, destapó el capuchón de su rotulador azul marino y escribió con letras redondeadas y enormes bajo la pregunta que ya conocía:
"EN TU SONRISA".
Quién sabe. Quizá esa fuese la respuesta perfecta.
siempre me ha cautivado su magia, tu forma de enlazar palabras, hechos y sentimientos. Esta vez no ha sido distinto...
ResponderEliminarpero quiero algo nuevo
(falta poco para tu cumple :***)
Hola.
ResponderEliminarMe ha encantado. Un texto con garra, si señó.
La verdad es que tienes un don para escribir, muchacha! Y el final, a mi por lo menos, me ha encantado. Un beso.