-Se me rompió algo mucho peor que las sandalias cómodas... el bolso. Le tuve que hacer (después de haberme bebido dos cubatas) un nudo chapucero capaz de sostener el peso del monedero, la cámara de fotos, tres juegos de llaves con llaveros de peluches, el movil y trescientos folletos de bares. Y lo conseguí, pero... ahora tengo un original bolso-nudo.
-Me encontré con un compañero de clase (ex amigo) cuando estaba haciendo el payaso de la forma más escandalosa posible.
-Acabé la noche en Hamburguesas Uranga. He aquí la prueba:
En fin, para terminar con el post de hoy me gustaría acabar con algo más serio. Es un texto que escribí hace unos meses, una tarde que acababa de salir de trabajar. Espero que os guste, porque para mí es muy especial.
Su voz es lo primero que escucho cuando llego al aeropuerto y entro en mi oficina cada mañana. Adela aparece siempre con una sonrisa y una canción en los labios, por muy ajetreado que sea el día o por mucho que le duelan esos zuecos tan horribles que componen el calzado de su uniforme de limpieza.
Quizá porque me viene bien una dosis de positivismo para empezar la jornada con energía, me gusta esconderme en el cuarto de la limpieza para charlar un ratito con ella antes de que empiecen a llegar los clientes. Es la primera persona que conocí al empezar a trabajar en mi empresa, y fue la primera que me trató con amabilidad y que no se burló de mi torpeza de principiante cada vez que metía la pata.
Quizá por eso le guardo un sincero respeto. Me parece una mujer amable y sin malicia ninguna, y me sería imposible no cogerle cariño.
Adela tiene cuatro hijos, dos perros y un marido insoportable. Seguro que si ella leyese ésto me regañaría porque no le gusta que hable mal de su marido, Juan. Pero lo cierto es que ha sido ella la que ha sacado adelante a su familia, haciendo la vista gorda ante las infidelidades de su marido y soportando sus gritos e insultos. Aún así, a pesar de tantas noches sin dormir y tantas lágrimas derramadas, su mirada clara y limpia sigue siendo hermosa e hipnótica, y me infunde una paz y una serenidad inigualables. Me parece una chica muy guapa, y a veces me pregunto qué habría sido de ella de no haber conocido a Juan en su adolescencia.
Le gusta mucho bailar. Algunas mañanas la he pillado en los servicios, escoba en mano, bailando y tarareando el nuevo single de Bisbal. Yo no puedo entonces evitar reirme y, con un guiño cómplice, le hago los coros ante la mirada atónita de las extranjeras que entran a retocarse el maquillaje. Me gusta ver cómo Adela ilumina su mirada con esa alegría que le entra cuando alguien le ofrece su amistad... porque muy pocos reparan en ella. Poca gente se para a darle los buenos días cuando ella cruza el pasillo cargada con su carrito de la limpieza y el taconeo animado de sus zuecos sobre el mármol. Parece como si en este mundo materialista tan sólo fuesen visibles los de arriba, esos que nos dan órdenes y nos dirigen en los mostradores de atención al cliente. Únicamente reparamos en los que nos pagan, en los que se pasean por ahí pegando berridos por el móvil y nos vigilan desde sus despachos con mirada crítica.
Y yo me esfuerzo por hacerle saber que aquí tiene una amiga, que estoy aquí para ella y que yo sí que agradezco su alegría y el tono tan dulce con que me da los buenos días cada mañana. Me niego a ser una más en el grupo de los maleducados desagradecidos, de esos prepotentes que ni siquiera levantan la vista cuando Adela les pide por favor que aparten esos papeles de la mesa, que tiene que limpiar.
De lo que nadie es consciente es que Adela es mucho más poderosa que la mayoría de los que le dan órdenes o la miran con desdén. No se dan cuenta de que ella les conoce, que les observa a diario y que ha presenciado mucho más que cualquiera de nosotros. Jamás ha mirado a nadie por encima del hombro ni se ha aprovechado de su situación estratégica en la empresa, pero Adela sabe que el comercial se metió en líos la otra tarde, cuando llamaba por teléfono a su amante desde la oficina. Adela conoce las malas costumbres de la directora de recursos humanos, porque ha visto todo lo que oculta en el cajón de su despacho, y podría meter en líos a quien se lo propusiese con sólo decir un par de palabras a la persona adecuada.
Pero también sabe que el rencor no conduce a nada, y prefiere limitarse a sonreír entre dientes cuando la mujer del comercial viene a buscarle y ella me ve mentir dando explicaciones.
Los días nublados se pone melancólica. Parece que sus defensas se debilitan con el frío, con la ausencia del sol, y que su alegría se esconde para dar paso a una mirada azul que normalmente se guarda para sus momentos de soledad. Quizá sean los únicos momentos en la que parezca vulnerable, y la dama alegre se convierta en la chica triste.
Esos días se sienta junto al ventanal a ver despegar los aviones. Cuando su jefe no la mira ella deja en el suelo la fregona y apoya la frente contra el cristal con el ceño fruncido. Sé que sueña con volar, con subirse en uno de esos aviones (el que sea) y escaparse lejos, allá donde nadie le grite ni se le ignore. Con cada avión que se aleja ella deja escapar un suspiro helado entre sus labios, y se acurruca en el asiento como una niña asustada y desilusionada con deseos que sabe que nunca se cumplirán. Entonces su mente vuelve a aterrizar y comprende, resignada, que para volar hay que tener alas y que alguien ha cortado las suyas hace mucho tiempo... y vuelve a enmarcar una sonrisa amarga en su rostro justo antes de volver a coger la fregona y seguir trabajando.
El otro día fue su cumpleaños número treinta, y yo le regalé un colgante de plata que pensé que le favorecería bastante. Todavía me late el corazón con mucha fuerza cuando recuerdo la cara que puso al encontrar el paquetito de regalo en el armarito de las escobas. Abrió los ojos como platos, se ruborizó y empezó a dar saltitos de alegría mirando hacia todas partes... No sé quién se puso más contenta, si ella o yo, y me pregunto si alguna vez habrá recibido otro regalo desinteresado de alguien.
Esa misma mañana, al finalizar mi jornada de trabajo, ordené mi mostrador, cogí mi bolso y me encaminé hacia el ascensor para irme a casa. Mi oficina está en la planta sótano, así que entré en el ascensor y pulsé el segundo piso. A mi lado había una pareja de extranjeros con pinta de ingleses que miraban un mapa con cara de despistados. Les pregunté si podía ayudarles, y con una sonrisa agradecida y aliviada me pidieron ayuda para ir a su lugar de vacaciones desde el aeropuerto. Justo cuando yo les indicaba el camino, el ascensor se paró en el primer piso y Adela entró canturreando Ave María, cuando serás mía. Al verme con el mapa en las manos y a los guiris mirándola con cara de susto, se volvió hacia ellos y exclamó: -"¡A Beíta preguntar lo que sea, que Bea ser muy inteligente y simpática! ¡Mirar que colgante me ha regalao!"
No creo que los pobres ingleses entendiesen una palabra aunque ella se esforzase por hablar en su "inglés" particular, pero yo estuve riéndome toda la tarde.
Ojalá yo pudiese cambiar su vida. Conseguir que le diesen un trabajo mejor remunerado, que su marido no le hiciese derramar ni una sola lágrima más y que todos la respetasen como se merece. Poder regalarse un billete sólo de ida a la felicidad, para que despegase en el avión de su vida llena de esperanza y que en sus ojos claros únicamente brillase la ilusión de los sueños por cumplir.
Pero mientras tanto seguiré haciéndole los coros en los servicios. Lo mismo nos oye un cazatalentos y nos hacemos famosas... Y si no qué mas da. Esos momentos son los que consiguen hacerle olvidar sus miserias, y no seré yo la que le arrebate la poca ilusión que le queda.
Una semana después de escribir eso, Adela dejó de ir a trabajar. Su marido le dio una paliza brutal y tuvieron que ingresarla. Es lo último que sé de ella.
Normal que se te rompa el bolso si llevas tropecientos peluches metidos dentro. Los peluches están para proteger tu habitación mientras duermes, no para vivir en tu bolso. Que no te enteras, rizos.
ResponderEliminarPor cierto, creo que deberías postear la foto con tu pseudo-doble. Digo "pseudo" porque ya quisiera la merdellona ésa tener tus rizos... porque tu vestido sí que lo tenía, vaya.
Y del tema de Adela ya hemos hablado por el Messenger, así que prefiero dejar mis comentarios tan sólo para bromitas y temas triviales, no para algo tan serio y repudiable como es la violencia doméstica. Tan sólo decir que el marido es un pedazo de hijo de la grandísima puta, aunque no descubro nada diciendo eso.
no he leio na pero...ke wapa ke ere xD
ResponderEliminarJo... estas cosas...
ResponderEliminarMira... precisamente algo así será mi retorno... para que puedas linkarme...
ando algo preocupado...
Ya hablaré más adelante de nuestro viaje a Andalucía.
Leñe, yo tambien he comido en una hamburguesaaaasss Urangaaaaa!!!! ja ja ja ja...
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