Se arrastró entonces con cuidado desde la cama hasta el baño, no fuese a despertar a su marido, y cerró suavemente la puerta tras ella a modo de búnker: zona segura. Observó durante unos minutos su rostro cansado en el espejo, y pensó que quizá debería empezar a ahorrar para comprar un colchón nuevo que soportase el peso de dos personas sin hundirse hacia un lado, como los de la teletienda. Quizá si cambiaba de marca de cereales y dejaba de comprar tanta carne, a finales de
año tendrían suficiente para un par de muebles del Ikea. O aunque fuese sólo el colchón...
Miró el reloj: las siete. Se duchó rápidamente con agua templada, (como su estado de ánimo en los días impares) se puso el chandal y se recogió el pelo con cuidado: el flequillo se le seguía resistiendo; quizá también fuese cosa de la edad.
Mientras salía del baño y caminaba por el pasillo camino de la cocina, hizo parada en boxes en cada dormitorio: primero las gemelas, en el de la derecha, y luego en el de Daniel, justo frente a la cocina. Era un poco como Atila: a su paso nadie podía seguir durmiendo, aunque ella utilizaba tácticas mucho más cariñosas y cuidadas.
La cocina se llenó entonces de vocecillas adormiladas, algo gamberras, que hablaban de deberes de ciencias y sandwiches de nocilla. Ella iba de acá para allá atendiendo, sirviendo, besando, ayudando. El olor a café recién hecho inundaba entonces la casa, y cuando su reloj de pulsera marcaba las siete y media y los niños hacían cola en el baño para lavarse los dientes, ella volvía a su dormitorio para elegir un traje de chaqueta y una corbata del armario y se sentarse en la cama junto a un Roberto que, ajeno a la inclinación del viejo colchón, todavía dormía a pierna suelta.
Le despertaba con mucha delicadeza, sabia, y le decía que ya tenía el desayuno preparado y el maletín junto a la puerta. Él le daba un beso de buenos días, (cariño, eres la mejor) reptaba hasta la cocina y la dejaba sola frente a una cama por hacer.
A las ocho en punto, Roberto salía de casa perfectamente afeitado y dejando una estela de after- shave a su paso. Los niños estaban ya en la puerta preparados para ir a la guerra diaria: chaquetones, mochilas, caras de desgana y bocadillos, y ella se intentaba dar prisa en comer algo rápido antes de tener que marcharse. A veces no le daba tiempo, pero esa mañana pudo comerse el resto de sandwich de su hijo y un vaso de zumo antes de ponerse el abrigo y salir camino del colegio: sin duda era su día de suerte.
La carretera estaba atestada de madres histéricas al volante y autobuses hipertensos, y sus hijos parecían haberse despertado de golpe justo a tiempo para ponerla nerviosa chillándose entre ellos y peleándose por la libreta azul de los dibujos. Ella, inspirando hondo y haciendo acopio de paciencia, conducía abriéndose paso lentamente entre los coches como si nadie estuviese gritando en su oído y lo único que sonase en la radio del coche fuese el brindis de la Traviata.
Llegó justo a tiempo, cuando el reloj de la fachada del cole marcaba las nueve en punto. Besó a cada uno de sus hijos, recordándoles que a las dos les esperaría en ese mismo lugar, y volvió a colarse en una autopista inundada de estrés cerrando del todo las ventanillas del coche y lamentándose por no tener visión selectiva para poder conducir sin tener que ver ni ser consciente de los atascos.
A las nueve y media, justo cuando se abrían las puertas del Mercadona, ella entraba con el carrito y una lista de la compra interminable, como la Historia. En cierto modo se sintió estúpida cuando se sorprendió a sí misma pensando que ese era su momento favorito del día, porque podía permitirse olvidarse del reloj y pasearse durante horas entre tomates y refrescos, alegando después que había mucha cola y que tardó siglos en pagar. Incluso podía pararse a charlar con su vecina cada vez que se la encontraba en la charcutería, luciendo las mismas ojeras que ella.
Esa mañana había cola de verdad para pagar, por lo que llegó a casa a las doce menos cuarto. Tan sólo le quedaba una hora y media para preparar la comida, barrer, fregar y limpiar la casa (incluídas las dos leoneras de sus cachorros), por lo que volvió a agobiarse mientras el reloj de pared de la cocina se reía de ella y hacía que se quemase con el mango de la sartén.
A las dos en punto recogía a sus hijos, llegaban a casa justo antes que su marido y se las apañaba para servirles la sopa caliente y la carne a medida: a Roberto poco hecha, a Laura chamuscada, a Elena en su punto y a Daniel mugiente.
Ella se sentó la última y, resignada, se tomó un plato de sopa fría que al menos consiguió eliminar el temblor de sus rodillas cansadas por unas horas.
Mientras cortaba y pelaba los trozos de manzana del postre y los repartía en cuatro cantidades idénticas, dejando para ella el corazón de la fruta, (más duro y con pepitas) Roberto le dio un sorbo a su cerveza y dijo, suspirando:
-Ufff...qué pocas ganas de volver a la oficina ahora. Ojalá pudiese quedarme en casa contigo, Ana. ¿Sabes que hoy es el día de la mujer trabajadora? Bah, supongo que a ti eso te da igual, como no trabajas...
Ella alzó una ceja, burlona, y ayudando a la pequeña Elena a tomarse la fruta murmuró:
-Pues no, no tenía ni idea...
El reloj de pared marcaba las tres menos diez, así que ella se levantó, se quitó el delantal y cogió el estropajo para seguir con su trabajo.
Menos mal que hoy día, eso es cada vez menos frecuente.
ResponderEliminarPero me ha gustado tu homenaje. Muy bien descrito ese día a día.
Porcier, me mola el diseño de tu blog :P
Un beso
Es broma, no me mola nada!!!!
ResponderEliminarTienes muy mal gusto con esos colores morados y las ovejas esas feas de abajo xDDDD
¬¬U pero si esas ovejas las hiciste tú :P
ResponderEliminarTriste realidad...cada vez más lejana pero aún presente.
ResponderEliminarSaludos!
Lo has clavado, Rizos, lo has clavado...
ResponderEliminarY que aún haya cromagnones que crean de verdad (Porque eso es lo peor, que no es que sean hipócritas, es que de verdad lo creen...) que el trabajo de casa no es en realidad trabajo, que la comida se hace sola mientras las camisas se autoplanchan al salir por su propio pie de la lavadora...
En fin, esperemos que con educación, paciencia, el tiempo y una caña, las cosas vayan cambiando...
En algún momento (esos momentos desagradables de discuciones de pareja) mi antiguo "querido" me dijo: "Ya que lo único que hacés es lavar los platos y cocinar podrías hacerlo bien"... Increiblemente no le tiré ningún plato por la cabeza...
ResponderEliminarPor suerte ahora puedo decir que soy una mujer independiente, que lavo los platos cuando se me da la gana, y que no tengo a ningún macho sexista al que cocinarle, lavarle la ropa y limpiarle la casa... Y no es que haya quedado resentida...
De todas maneras también hubieron cosas lindas en la convivencia :), pero no volvería a la vida de "ama de casa" ni por todo el dinero del mundo...
Roxanne
Fiel retrato del día a día de muchas mujeres, que el simple echo de no tener un trabajo con contrato laboral, hace que se infravalore su más que sufrido trabajo. Que los cambios lleguen pronto...
ResponderEliminarBesos.
Beatriz, cierto. Triste, pero cierto.
ResponderEliminar¡Gracias por venir!
JantonYo creo que poco a poco la cosa va cambiando, pero aún tenemos mucho camino por recorrer...al menos hasta que se instaure el día del "hombre trabajador" :P Un besote.
RoxanneJajaja así me gusta, que rompamos cadenas y tiremos palante! Encantada de conocerte ^_^
Joder-que-estress Yo creo que están llegando, de forma lenta pero segura. ¡Pongamos a todos los hombres del mundo a fregar! xDDD
Gracias a todos por venir a éste vuestro blós :P (pelotilleo matutino, que nunca viene mal)
Te cuento una anécdota: El otro día me llamo una amiga para tomar unas cervezas y le dije: No puedo, tengo un montón de ropa para planchar. Su respuesta fue una risita que me hizo pensar. ¿Quién es el que debe cambiar el chip?
ResponderEliminarUn beso
Fran: Tienes razón... muchas veces la culpa la tenemos nosotras, y más de una y más de dos deberían cambiar el chip.
ResponderEliminarEn casa de mis padres, por ejemplo, era papá el que cocinaba, y todo el mundo se sorprendía...
Gracias por pasarte por aquí :)
Jo, hasta taquicardias me ha dado leer esto....que de cosas.Hasta complejo de culpa me ha dado Gracias a Dios, mi conciencia está la pobre afónica de tanto gritarme y yo sigo sin hacerle caso jajajaja
ResponderEliminarEs broma.
Dios, lo de las ovejas morras(mocos incluídos) me ha encantado. Es cierto que nunca he visto un bicho que tenga mas mocos que una oveja.
Saludos
(leyendo esta maravilla he descubierto que no me llegan tus alertas... lamento el retraso)
ResponderEliminarES demasiado habitual el pensar que si tu trabajo no está remunerado... estás pegándote una vidorra padre. Y es que como en este puto mundo sólo cuenta el parné...
Besooooos